Ven, Señor, No tardes

presbitero hugo walter segovia

A través de los signos litúrgicos, la Iglesia nos va adentrando cada año en el misterio profundo de Dios. Ella a quien San Pablo VI definió, en su histórica visita a la O.N.U. del 4 de octubre de 1965, como “exporta en humanidad” puede serlo porque antes asume su experiencia de Dios. Es lo que nuestro nuevo obispo nos pedía aquella tarde del 26 de agosto del año pasado al exigirnos que no dejáramos nunca de reclamarle de mostrarnos a Dios.

Un hombre que pidió a la Iglesia que estuviese atenta a escrutar los signos de los tiempos, San Juan XXIII, vivió la experiencia de Dios intensamente y tal vez ha sido uno de los hombres que haya entrado más adentro de lo que el papa Francisco llama “ los polvorientos caminos de la historia”. Estamos a punto de comenzar un nuevo año litúrgico reviviendo las distintas etapas del misterio de la salvación ya que Dios nos ha ido salvando a través de los acontecimientos.

Poco se ha difundido el último discurso de Benedicto XVI en aquel insólito 28 de febrero de 2013. Citaba allí a uno de los pensadores más profundos del siglo XX: “la Iglesia no es una institución inventada y con surtida en teoría sino una realidad viva”…”vive a lo largo del tiempo, en devenir, como todo ser vivo, transformándose. Sin embargo su naturaleza sigue siendo siempre la misma y su corazón es Cristo”

La riqueza de la Liturgia
No es un dato sin valor recordar que el Concilio Vaticano II comenzó sus deliberaciones analizando el documento sobre la liturgia. En el los Padres dijeron: “recordando los misterios de la Redención se abren a los files las riquezas de las razones salvíficas de modo que, en cierto modo, se hagan presentes en cada tiempo para que los fieles puedan tomar contacto y hacerse plenos de la gracia de la salvación”.

San Pablo VI, por su parte enseñaba que “no se trata de una simple memoria del pasado si no que la celebración del año litúrgico posee una particular fuerza y eficacia sacramental para alimentar la vida cristiana”. El Adviento nos trae el anuncio de la Navidad cercana. El año litúrgico comienza poniendo el acento sobre el hecho de Belén, un acontecimiento pleno de ternura que parece detener por algunos días las antiguas de cada día, aunque la espiritualidad del Adviento no se reduce a la venida de Cristo de la “noche de paz” sino que invita a prolongar la mirada sobre su vuelta al final de los tiempos.

De manera que nuestra historia adquiere pleno sentido entre estas dos venidas sin olvidar que él también se hace presente en cada uno de los pequeños. Lo invocamos, siempre amaestrados por la liturgia, “porque está cerca nuestro y no esperamos su venida; porque camina con nosotros y no lo reconocemos; porque está en medio nuestro y no lo recibimos”.

La espera amorosa del reino
En este primer domingo, el profeta Jeremías nos habla de un tiempo de esperanza:” haré brotar para David un gernen justo y practicara la justicia y el derecho” Brote que nace de un árbol añoso. Por su parte, el apóstol Pablo nos exhorta como lo hizo a los cristianos de Tesalónica “a crecer mas y mas en el amor que se tienen unos a otros y en el amor para con todos” y Lucas también recurre, en el discurso de Jesús sobre los últimos tiempos a la imagen de la llegada de un niño más que a un fúnebre anuncio de destruición.

Los tres prejuicios de las misas de Navidad así como los himnos de la liturgia. Uno de ellos: “este es el tiempo en que llegas/Esposo, tan de repente /que invitas a los que valen/y olvidas a los que duermen”.

El citado Guardini dedico mucho de su genio a la liturgia. Concebía que era preciso “vivir la liturgia desde la Iglesia y sentirse Iglesia era sinónimo de abismarse cada día en los misterios y alabanzas de liturgia”. “Vivir en medio de un mundo pluralista sin hacerse relativista” y “como hablar el mensaje del Evangelio de modo que no fuera a priori incomprensible para los que están fuera de la Iglesia”.

La reforma de la liturgia tendía a ello. No es hora de quejarnos y criticar la secularización del mundo que nos toca sino buscar que todo ese bagaje no quede reducido a arqueología sino que se despliegue en toda su riqueza. Se asombra Edith Stein, otra testigo admirable del siglo XX, de la cercanía que hay en la Iglesia. Ella, judía pero agnóstica, que encontró la e desde la filosofía leyendo a Santa Teresa de Jesús decía: “ en las sinagogas y templos protestantes los creyentes asisten solo a funciones. En Frankfurt me llamo la atención ver entrar a una mujer con su canasta y entrar en la Iglesia desierta como si fuera a conversar en la intimidad con alguien”