presbitero
Hugo Walter Segovia
“El reino de Dios es como un hombre que echa la semilla en la tierra, sea que duerma o se levante, de noche y de día, la semilla germina y va creciendo, sin que el sepa cómo. La tierra por si mismo produce primero un tallo, luego una espiga y el rin grano abundante en la espiga. Cundo el futo está a punto el aplica enseguida la hoz porque ha llegado el tiempo de la cosecha”.
Así leemos en el capítulo 4, versículos del 16 al 19 del evangelio de Marcos.
Si bien la explicación de los expertos hace referencia a las diversas etapas del crecimiento de la semilla en clave escatológica, a mi me ha servido que semana, habiendo encontrado la clave de lo que el jueves aparece en la columna “Ayer, hoy y siempre” en este querido rincón de “El Argentino”, puedo desinteresarme de ello.
Algo así como si tuviera los ingredientes de un plato sabroso y solo me faltara cocinarlo. Unas palabras que le oía a mi abuela, “la voy a poner al sereno”. O también, siempre mirando lo casero, cuando mi mamá se preguntaba “¿Qué comemos hoy?”.
La tierra, por debajo y la lluvia por arriba, van naciendo su trabajo, superando mis impaciencias así como el texto descubrimos que Dios no se deja atropellar por la historia sino que la orienta desde adentro
Etapas de una vocación
Desde los años del Seminario-y aun antes-ame al periodismo. Y siempre vez que aparecí en una publicación fue por obra de un querido profesor de Historia y Arte, Ernesto Segura, que me fascinaba con sus escritos y sus clases, y que durante 10 años fue Secretario del episcopado, en 1962 obispo auxiliar de Buenos Aires, nacido en Mar del Plata y hombre cercano a los medios.
Como no podíamos escribir siendo seminaristas él se encargo de enviar a “Criterio” un escrito mío utilizando un seudónimo (Hugo S. Gutiérrez, que es mi segundo apellido). Poco después, el mismo año de mi ordenación sacerdotal, fue monseñor Pironio que, sin que yo lo supera, envió a la revista “Vida pastoral” algo que había escrito cuando falleció el Padre Silverio Rosso, un amigo común. No me puedo olvidar la sorpresa que me causó encontrarme con el artículo cuando llego el cartero.
Muchas veces he hablando sobre la experiencia de la columna semanal que monseñor Arancedo gestiono para “La Capital”. Durante 513 semanas salía, también cada jueves, primero como “Caminos de la Iglesia hoy” hasta que aquel maestro que fue Enrique D. Borthiry me sugirió que lo apodara y así quedo como “Iglesia hoy” (eso que quiso con su sebera sinceridad, enseñarme a podar mi barroquismo…).
Yo admiraba la columna “Crónica de la vida de la Iglesia” que cada quincena nos deslumbraba en manos del Padre Jorge Mejias (otro argentino casi ignorado). Estando en Roma, el nos hacia entrar en el Concilio como si lo estuviéramos viviendo y soñaba con algo así. Tengo vivo el interés que allí me despertaba cada semana la columna del Padre Ernesto Balducci en “El giornale del matino” de Firenze. Me preguntaba “¿Cómo hacer para escribir así?” y “¿Cómo tener una oportunidad como estas?”…
Solo le pido a dios
En aquellos días del invierno de 2003 (Ezequiel Martínez por un lado y, al mismo tiempo, el Dr. Honores podrían ser los padrinos) surgió la idea de “Ayer, hoy y siempre”.
En este cumpleaños solo quiero decir que he procurado hacer mío algo que leí en Thomas Merton sobre lo que sintió en una esquina de Louisville al ver pasar a tanta gente: “abrumado por querer amar a todos ellos porque todos eran míos y yo de ellos y que es un glorioso destino ser miembro de la amilia humana”.
Pero también escucho a Gustavo Cerati: “pronto saldrá el sol y algún daño podremos reponer. Terco como soy, me quedo aquí. La tinta no se secó y en palabras dije muchas cosas pero en mi corazón todavía queda tanto por decir”.
Y al Padre Lebret: “quisiera ayudar a entender que todo lleva a Dios, que todo esta lleno de Dios, a leer el libro de la naturaleza, del trabajo de los hombres y del desarrollo de la historia (en las etapas de que hablaba el texto de Marcos)”.
Sin olvidar que Benedicto XVI nos decía que “solo si la inteligencia de la fe se hace inteligencia de la realidad haremos una contribución decisiva a los hombres”.
Pedir a todos que oremos para que nos conceda que nos conceda que como le paso a San Juan de la Cruz: “el alma que anda en el amor ni canse, ni se cansa, ni descanda”.
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