
Monseñor Miche Aupetit, arzobispo de Paris, decía que “la catedral ha sido destruía pero no el alma del pueblo francés”.
Y me acordaba lo que no hace mucho me dijo un remisero que además es pastor de una iglesia evangélica: estamos construyendo un nuevo templo, más amplio, pero me parece que nos olvidamos de lo más importante que es construir la comunidad”.
Íbamos a la catedral el mismo día que las llamas consumieron el techo de Norte Dame y provocaron el colapso de su aguja para la bendición de los oleos que haría el obispo. Esta catedral de la que también nosotros, aunque en muy pequeña medida, podemos decir como el presidente Macron: “es nuestra historia”. Es lo que la becaria del CONICET, Nadia Mariana Consiglieri afirmaba: “hay que tener en cuenta que las catedrales se constituyeron en símbolos sustanciales de la ciudad en la Edad Media”.
Y no solo en ella sino como vemos por ejemplo en La Plata que en un contexto histórico hasta opuesto los hombres de la generación del 80 quisieron que la catedral fuera el centro geográfico de la ciudad. Un sacerdote que también era poeta, Fermin G. Arocena, lo dice bellamente: “Todas las calles se asoman/con sangre primaveral/para alimentar a ocultas/tu corazón medieval”. Sociólogos, politólogos, artistas han manifestado su pensamiento ante esta catástrofe. Es innegable que Notre Dame es una de las grandes paginas del gran libro de piedra escrito en el siglo XIII en suelo europeo y que lo mismo que enseñaba en la universidad se mostraba en la catedral.
El templo y el hombre
Además, cuántas veces hemos imaginado en esa larga historia algunos de los hechos que allí ocurrieron: el desaire que Napoleón le hizo al papa Pio VII cuando se autocoronó así como los ataques de la Revolución francesa. Más cercano el momento en que el presidente de Gaulle permaneció de pie cuando se produjo la liberación de Paris y un grupo nazi disparo sobre los que se habían congregado allí para cantar el Te Deum.
Tampoco es posible pasar por alto el tañido de todas las campanas de Francia que eran como la demostración de aquel dicho, “vivos voco, mortuos plango, fulgura franco” (llamo a los vivos, lloro a los muertos, ahuyento los rayos) que se decía de las campanas indicando que el ritmo de la vida iba siendo marcado por ellas en tiempos de cristiandad.
Precisamente esos tiempos de cristiandad.
Precisamente esos tiempos son los que ahora se cuestionan y muchos ignoran que Pablo VI en la encíclica “Eclesiam suam” al marcar las características de los tiempos nuevos, que tenían al Concilio Vaticano II como referente, desecha el modelo de cristianidad.
Pero yendo mucho más atrás es el mismo Jesucristo que, en consonancia con los profetas del Antiguo Testamento, amonesta a los judíos por la idolaria al templo de Jerusalén del cual “no quedará piedra” como puede decirse de todo aquello que ha sido edificado para exhibir poder y supremacía. Hasta un texto tan conmovedor como el de la mujer adultera lo muestra, según la opinión de algunos, escribiendo en la arena como para mostrar al hombre por encima de la ley, simbolizada en la piedra
La casa de la comunidad
Al fin y al cabo la misma palabra “Iglesia” no es un sustantivo porque quiere decir “la casa de la iglesia” es decir la de la comunidad. Pensamos ahora en tantos que han sido privados de orar en un templo partiendo de los mismos cristianos de la primera hora que se reunían en sus propias casas.
De todas maneras la coincidencia con el tiempo pascual y esta terrible catástrofe nos permite reflexionar sobre todo lo que está en crisis.
“New York Times” afirmaba que “Notre Dame esta encastrada en la cultura popular”. Palabras que como las que sostiene Francisco y que a muchos, de adentro y de afuera, suelen irritar. Ahora ha expresado sintéticamente los sentimientos de la Iglesia: “que vuelva a convertirse, gracias a los trabajos de reconstrucción y la movilización de todos en ese hermoso tesoro en el corazón de la ciudad, signo de la fe de quienes la construyeron, Iglesia madre de la diócesis, patrimonio arquitectónico y espiritual de Paris, de Francia y de la humanidad”.
Jules Le Parc, argentino radicado desde hace mucho en Francia lo dice también, “lo que convivieron/mas allá de lo religioso/sin ti, Paris es inconcebible”.
La superiora de la Fraternidad Monástica de Jerusalén apuntaba: “ahora me doy cuenta que la catedral fue capaz de resistir porque perdió el techo pero los sólidos muros siguen de pie”.
De todos modos es un llamado de atención para que sepamos leer los signos de los tiempos con coraje y esperanza no soñado con el esplendor de otros tiempos sino afrontando los desafíos de hoy.
La catedral ha sido puesta bajo la protección de María. Ella es la Señora pero es, sobre todo, la Madre. A ella su hijo, víctima de los que no aceptaban tiempos nuevos, le encomendó la humanidad. En Cannà ya le había advertido a que faltaba el vino en la fiesta. Pero, segura de la eficacia de su intercesión, le había recomendado a los servidores que hicieran todo lo que El les pedía.