Los maestros de la ley, en Israel eran, los expertos en cuestiones religiosas y se encanalizaban por todo aquello que no tenia cuenta la estricta observancia de los preceptos de la religión.
Pusieron el grito en el cielo cuando, como leemos en el Evangelio, vieron la insólita elección que Jesús hizo de un cobrador de impuestos al invitarlo a seguirlo.
Se trataba de Mateo y el disgusto fue aún mayor cuando lo vieron compartir la mesa con pecadores y cobradores de impuestos.
El joven maestro cuya manera de enseñar en las sinagogas llamaba la atención porque “hablaba como quien tiene autoridad y no como los maestros de la ley” los oyó y, ya desde los primeros pasos de su misión, lanzo una de las afirmaciones clave de lo que será la nueva ley: “no son los sanos los que tienen necesidad del médico sino los enfermos. No vine a llamar a los justos sino a los pecadores”. Cuando el papa Francisco, al volver de su primera salida, cuando volvía de Rio de Janeiro en el avión dijo a los periodistas unas palabras que iban también marcar a fuego su pontificado: “¿Quién soy yo para juzgarlos”?.
Los maestros de la ley de nuestro tiempo y de nuestro país siguen escandalizándose por las actitudes de la Iglesia y se convierten en implacables censores, sobre todo cada vez que, también al decir del papa, ella sale “a recorrer los polvorientos caminos de la historia”.
Pobre y de Los Pobres
Así, hemos escuchando cataratas de opiniones y juicios condenatorios causados por la celebración de una misa en Lujan para pedir por el pan, el trabajo y la paz. Todas las suposiciones y los prejuicios se han dado cita. Siempre los biempensantes y, además, los dueños del aparato mediático acusando a los que viven al margen de la ley considerándose, asimismo, defensores de la verdad y a los demás los marginales.
Nos parecía escuchar palabras del profeta Jeremías cuando anunciaba los tiempos mesiánicos que para ellos son despreciables: “hay entre ellos ciegos y lisiados, mujeres embarazadas y parturientas: habían partido llorando pero vuelven llenos de consuelo y los conduciré a los torrentes de agua”:
Se escandalizan porque la opción de la Iglesia no es solo una declaración sino una dolorosa tarea diaria. Al respecto, el obispo de Mallorca, monseñor Talltabul dice: “esta actitud, valiente y comprometida, incomoda a los que desearían una Iglesia hinchada de poder”.
Para colmo, incapaces de abrir espacios para entender los hechos desde el Evangelio y no desde prejuicios que lejos de disiparse se han consolidado.
En el cincuentenario de Medellín otro obispo, el chileno Vicario Apostólico de Aysén, monseñor Luis Indanti de lo Mora habla de “una opción teológico-pastoral según el proyecto de Jesús con marcadas incidencias políticas, sociales y culturales en la construcción del recinto de Dios no solo en América sino en la Iglesia universal”. La indudable influencia del papa venido del fin del mundo molesta a quienes les cuesta tanto poner en el centro a los pobres y devolverles la palabra
David contra Goliat
No podemos pasar por alto la reiteración de estas actitudes. Hasta se ha llegado a cuestionar la decisión de beatificar a los mártires riojanos lo cual mereció una réplica clara y valiente, de las que muchas veces hemos necesitado, del arzobispo de Mendoza, monseñor Marcelo Colombo aunque siempre nos queda la sensación de que somos David luchando contra Goliat.
Un ejemplo nos lo da el historiador italiano Loris Zanatta de quien hemos ponderado muchas veces el conocimiento que tiene de nuestra historia eclesiástica, pareciera empecinado hasta el punto de afirmar, en un reciente artículo: “aunque sobre la Iglesia, el poder más antigua y complejo vigila el Espíritu Santo, muchos fieles se habrán preguntado que tiene que ver el Espíritu Santo con Moyano “o. también decir que” la Iglesia solo busca preservarse” o que “quiere conducir la política” o que el acto de Lujan es una venganza por el debate relativo al aborto o “recurre al peronismo como ancla o salvavidas frente a la secularización”. Sin olvidar que la semejanza que esgrime entre la actualidad y los tiempos, cincuenta años atrás, de monseñor Podestá y Onganía padece de anacronismo como lo más leve que podemos diagnosticarlo. En fin, llamar al papa como” el inquilino de Santa Marta” y suponer que es quien maneja todo esto nos lleva a recurrir al cardenal Osoro, arzobispo de Madrid que de el: “eres valiente en desvelar la verdad del Evangelio y mantener viva la misión de la Iglesia. Dejas entrar, devuelves dignidad, eres pobre y estas con los pobres, abres los ojos y pides perdón”.
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