La barca de Francisco

Pic. Juan Pablo. Benedicto. Francisco. Decientas sesenta y seis veces se han ido dando nombres en esta sucesión de los obispos de Roma.
En la inminencia de la fiesta de San Pedro cuyo martirio, junto con el de San Pablo, remeda el de los dos hermanos, Rómulo y Remo, honrados como los fundadores de Roma, ellos reciben el homenaje que liturgia les brinda con elocuencia: “Pedro, roca; Pablo, espada/Pedro, la red en las manos/Pablo, tajante palabra/Pedro, llaves, Pablo andanzas/y un trotar por los caminos/con cansancio en las pisadas/Cristo tras los dos andaba/a uno lo tumbó en Damasco/ y al otro, lo hirió con lagrimas/Roma se vistió de gracia/crucificada la roca/y la espada muerta a espada”.
Nos adentra no solo en la misión de los apóstoles fundadores de la Iglesia de Roma, sino también nos invita a vivirla como miembros del pueblo de Dios al cual el mimo Pedro llama “raza elegida, sacerdocio real, nación santa, pueblo adquirido para anunciar las maravillas del que los llamó de las tinieblas a su luz admirable”.
El papa Francisco utiliza a menudo, la expresión “pueblo santo de Dios” que también es uno de los logros más importantes que el Concilio Vaticano II aportó a la teología de la Iglesia.
Siempre la fiesta de los apóstoles Pedro y Pablo se celebra con gestos elocuentes. Ahora, se habla de la promulgación de la Constitución “Predícate Evangelium”, un esperado documento que recogerá el trabajo que, en estos seis años, llevo a cabo el llamado G-9.
El sueño sinodal
Surgido en los primeros meses de la elección del papa Francisco, estaba integrado por cardenales de todos los continentes (lamentablemente reducido después por diversas razones, algunas muy dolorosas) tal como lo que podemos llamar “su sueño sinodal”.
Deseaba el papa poder hacerlo con motivo de esta fiesta pero se piensa que no se podrá por la minuciosa tarea de consultar a las conferencias episcopales y a los expertos de todo el mundo. No está de más recordar aquello que dicen en España: “las cosas de palacio van despacio”. No obstante la rapidez que caracteriza a nuestros tiempos, sirve para mostrar como la Iglesia quiere consultar todo lo que le sea posible, para no recibir la crítica de centralismo excesivo.
Esta nueva Constitución viene a suplir la que, en 1988, había promulgado Juan Pablo II después de la anterior de Pablo VI a continuación del Concilio. Según las declaraciones de algunos de los integrantes del G-6, este documento parte de la exhortación “Evangelii gaudium” considerado como la plataforma pastoral de Francisco y de aquello que afirmaba Pablo VI en “Evagelii nuntiandi” al decir que la evangelización es la razón de ser de la Iglesia.
Se habla del establecimiento de lo que podría llamarse un superministro para la evangelización y, por primera vez, de uno para la caridad. Se recalca la importancia del episcopado que no está, como suele pensarse, subordinando a la Curia y, obviamente, se tiene muy en cuenta el papel del laicado. Se pasa, así, de una estructura piramidal a una colegial.
Son las enseñanzas de Francisco que ha ido mostrando desde el primer momento así como de los gestos continuos que han ido dando color a su pontificado como tal vez no había ocurrido en las últimas décadas de la historia de la Iglesia.
Del nido a la secta
El arzobispo de La Plata, monseñor Víctor M. Fernández, cuenta que en la visita ad limina de nuestros pastores se habló de “la manera injusta, incluso en medios católicos, como se trata la figura del papa y casi no se habla de gestos como el beso a los pies de los lideres de Sudán o de ser allega, incluso, a ridiculizarlo, poniendo solo el acento en las sospechas de su compromiso político.
A ello el papa, sin negarlo, contestó que se debe a determinadas interesas globales y recordó cuatro pecados de la comunicación: desinformación (se dice una sola parte de la realidad), la calumnia, la difamación con respecto a cuestiones intimas y la copofilia (amor a todo lo que sea excremento).
Pero, además, es importante recoger lo que el papa dijo en su homilía de Pentecostés. Hay, ya más bien dentro de la Iglesia, una actitud que él llama “del nido” o sea la de cerrarse entre los límites de la propia casa como si fuera lo único y lo verdadero.
Ello, denuncia, lleva muchas veces a la secta que se manifiesta en la misma Iglesia rechazando y hasta condenando el esfuerzo por llegar a los hombres de nuestro tiempo en nombre de una fidelidad que es cerrazón y nos impide asumir la vocación de internarnos en el corazón de los tiempos.
Por eso hablamos de la barca de Francisco que es la misma de Pio, Juan, Pablo, Juan Pablo y Benedicto pero que también, como ocurrió con ellos, esta impregnada de su estilo y de los oleajes de los tiempos que le ha tocado conducirla.