
Innumerables veces nos hemos referido a lo ocurrido en 1968 al que hemos llamado un año de particular importancia. Pero no hemos logrado, ni de lejos, agotar su riqueza.
No será justo de nuestra parte omitir que el 10 de diciembre de ese año se produjo el inesperado fallecimiento de una figura de la trascendencia de Thomas Merton.
No solo porque era un hombre de 53 años sino también por lo insólito del mismo que se debió a un accidente provocado por su máquina eléctrica de afeitar cuando se encontraba en Bangkok participando de un encuentro interreligioso sobre el monacato. No escapo este hecho a una supuesta intervención de la C.I.A.S. cada la notoriedad de algunas intervenciones de Merton.
Además, nos encontramos con una publicación que re coge la correspondencia suya con una figura del relieve de Giovanni Battista Montini, ya desde 1949, cuando era Sustituto de la Secretaria de Estado, pasando por los años de su arzobispado en Milán hasta que en 1963 se convirtió en el papa Pablo VI. Esta publicación se conserva en el Thomas Merton Center of Bellarmine University of Louisville.
El año terminado nos ha traído la sorpresa de la canonización de este hombre.
Rica cosecha
Es indudable que Montini ha sido el hombre más cercano a la cultura de su tiempo. Bastara detenerse en las nueve pastorales de Cuaresma de su episcopado (1955-63) para encontrar en ellas citas de los más diversos autores procurando ser fiel a lo que el apóstol Pablo recomendaba a los cristianos de Filipos: “todo lo que es verdadero y digno de honor, todo lo que haya de virtuoso y merecedor de alabanza debe ser el objeto de sus pensamientos”.
Su relación con los hombres del pensamiento la hemos señalado muchas veces asi como haber sido capaz, en medio de las enormes tareas que debió afrontar, de traducir al italiano y escribir el prologo de muchos libros que eran discutidos y hasta rechazados.
Encontramos este entre tantos otros parecidos con el papa Francisco, abierto a todo parecidos con el papa Francisco, abierto a todo lo que puede llevar a un atisbo de dialogo con el pensamiento que también, justo es decirlo, nos deja de producirnos sorpresas pero siempre nos muestra inusitados horizontes.
Por su parte, la figura de Merton es la de uno de los más importantes escritores católicos del siglo XX. Había nacido en Francia en 1915 y después de sus estudios en Europa entro en la Columbia University de Nueva York.
Había pasado por distintas etapas como se desprende de su obra “La montaña de los siete círculos” que fue uno de los libros más leídos de la postguerra.
Recaló en la Iglesia católica a los 23 años mientras que en 1941 fue aceptado en la abadía trapense Getsemani de Kentucky. En 1949 fue ordenado sacerdote y poco después solicita la ciudadanía estadounidense.
Desafiar certezas
Los intensos años 60 lo hacen involucrarse en los temas de la paz y en el dialogo con la otras experiencias monásticas del Sudeste asiático. Ello marca un momento crucial de su rica existencia ya que debió afrontar las difíciles incidencias que ocasiono su compromiso en temas temporales.
En 1949, cuando publicó “Semillas de contemplación” otro de sus impresionantes setenta libros, envió un ejemplar a monseñor Montini lo cual dio origen a una relación que se prolongo casi hasta el final de su vida ya que su última carta, al ya papa Pablo VI, tiene fecha del 4 de junio 1968 en la cual pone en conocimiento del papa algunas de las cuestiones atinentes al complejo problema de la relación entre la contemplación y los problemas temporales.
El 26 de septiembre de 2015 el papa Francisco, al dirigirse a la asamblea plenaria del Congreso de los Estados Unidos en Washington, lo exaltó como uno de los referentes morales del país junto con Lincoln, Luther King (asesinado el mismo año 1968) y Dorothy Day.
Sorprendente pronunciamiento como suele ser común en el papa. Dijo: “Menton era, sobre todo, hombre de oración, un pensador que desafiaba las certezas de su tiempo abriendo nuevos horizontes para las almas y para la Iglesia. Fue también un hombre de dialogo, un promotor de paz entre los pueblos y las religiones”.
Como en la cita de San Pablo fue capaz de descubrir, en actitud libre y abierta, propia del creyente, que Dios nos habla de mil maneras a través de los demás.