
Al terminar su carta pastoral “Caminemos juntos en la audacia del Espíritu” que nuestro obispo ha hecho pública el 29 de septiembre, en medio de la celebración del 50º aniversario de Invasión de pueblos, se refiere a la canonización del papa Pablo VI y del arzobispo de San Salvador, monseñor Oscar Romero, y al camino hacia la beatificación del cardenal Pironio.
En la pastoral, monseñor Mestre habla de la “la mística y el entusiasmo” que se deben dar en esta etapa de la vida de nuestra diócesis. Esta referencia contribuye mucho a “la vivencia, la transmisión y el compromiso de la fe” que pedimos en la oración por el Sínodo diocesano. La profunda relación que hubo entre estos tres protagonistas “conducidos por la audacia del Espíritu Santo para ser Iglesia trinitaria, sinodal y profética “es una gozosa realidad.
Volvíamos a revivir aquel febrero de 1974 en que el obispo de Mar del Plata era llamado a predicar los Ejercicios Espirituales de Cuaresma al papa Pablo VI y a la Curia romana. Para ello, asombrado por esa designación y tan unido a la diócesis, pidió sugerencias y no es posible olvidar la misa que, a su vuelta, celebro con una fervorosa participación de los jóvenes, a los que se sentía particularmente unido. El que, interpretando la intuición del papa de celebrar el Domingo de Ramos la jornada de la juventud, esa que hizo propia después Juan Pablo II y que tuvo su primera versión de Buenos Aires. Pero también Pablo VI, ese mismo año, lo eligió para que, en el Sínodo el panorama latinoamericano. Fruto del Sínodo, nada menos que “Evangelii nuntiandi” que el papa Francisco ha definido como la carta magna de la evangelización.
Dar la vida
Lo llamaría, un año después, para ser Prefecto de la Congragación para los religiosos. Pocas veces hemos visto en alguien un desgarramiento tan grande como a él le causo dejar Mar del Plata. En Lujan, allí donde había sido ordenado de sacerdote y de obispo y donde pidió que fuera el lugar de la espera de la Resurrección, dijo que se sentía como Abraham al recibir el mandato de Dios de sacrificar a su hijo Isaac.
Pero también los vínculos con monseñor Romero fueron grandes. El 6 de enero de 2011, en esta columna hacíamos referencia a la amistad entre ambos bajo el titulo de una película de ese tiempo, “Dos hermanos”. El arzobispo le agradecía por el aliento que cada vez que viajaba a Roma, recibía de el que también había compartido críticas e incomprensiones causadas por su compromiso evangélico lo cual lo hace integrar el elenco de obispo del continente que, de muchas maneras, afrontaron la persecución. De ello leemos en la pastoral que “mártir es el que da testimonio con su propia vida de aquello que cree”. Los historiadores nos dicen que los libros de monseñor Pironio ocupaban un lugar preferencial en su biblioteca. Oportuno tenerlo en cuenta ahora que esperamos el 27 de abril en que serán beatificados nuestros mártires riojanos.
Más que un slogan pasajero
Hemos hablado de las palabras programáticas de nuestro obispo en su primera homilía; ellas van marcando todo un estilo. A través de ellas vamos descubriendo el proyecto pastoral que nos corresponde asumir y procurar que, como el también lo dice, no sean solo palabras o eslóganes pasajeros.
Sabemos lo importante que son las palabras pues ellas nos muestran a las personas. En esta pastoral encontramos al obispo entero: claro, preciso, ágil, realista, lucido y concreto cuando tantas veces se ponen palabras donde faltan las ideas. Debemos agradecer este documento que trasunta también un intenso compromiso de renovación en el aquí y el ahora de la Iglesia marplatense y muestra la consonancia con aquello que San Pablo VI decía del tiempo que le toco vivir: “doloroso, dramático y magnifico”. Lo que vive a diario en su contacto con la gente, en todos los aspectos de un pueblo que lucha y trabaja.
Tenemos ya su segunda pastoral. Despliega en ella su estilo que lo hace constructor de vecindades y que nos sigue pidiendo que le exijamos que nos muestre al Padre. Rezamos en la oración por el Sinodo diocesano que “respondamos, desde el Evangelio, a los desafíos de nuestro tiempo” y que lo hagamos, con fidelidad en esta hora de la historia”.
El cardenal Etchegaray cuenta que había elegido para la estampa de su ordenación sacerdotal unas palabras del beato Chevrier: “este es el tiempo justo para ser sacerdote” y va recorriendo su vida: “el mensajero no puede ser separado del mensaje; estoy llamado a ejercer hasta el fondo el ministerio apostólico” y termina reiterando que “este es el tiempo justo para ser obispo”.