
Acostumbrados como estamos a escuchar las misma palabra en los distintos actos que van jaloneando al calendario nos cuesta encontrar algún texto que nos ayude a nos seguir afiliados a una rutina que no sabemos si es anterior o es fruto de nuestro escaso compromiso ciudadano.
Años atrás tuve que participar en dos actos escolares un 9 de julio. Lo notable fue escuchar el mismo discurso patriótico y la razón estaba en que había un libro con modelos de discurso alusivos para las distintas circunstancias.
También nos ha pasado encontrarnos con los apuntes de algún profesor que traían, a través de los años, el contenido de sus clases y seguir al pie de la letra las mismas palabras.
¿No ocurre algo parecido con las homilías de la misa? Un chico me decía que se aburría en la misa porque yo repetía siempre lo mismo.
Llega el 9 de julio de este año que nos encuentra convocados a unas elecciones de singular relevancia. Y me encuentro con un libro sobre el cual prometo escribir porque es de un amigo, Carlos Bonfiglio, que en su dedicatoria me dice: “te envió este humilde trabajo que, por el hecho de ser mío, seguramente está recogiendo algo de lo que vos sembraste”. Más allá de lo emotivo este libro me ha dado pie para esta reflexión. Además ya desde el titulo, “Mar adentro, tierra firme”, se trata de un valioso aporte para la meditación.
Las rotas cadenas
“Acuden a mí, mi patria, mi país, mi gente, mi historia, ¡Cuantas marcas ha dejado la Argentina en mi cuerpo, en mi memoria! Mi piel está marcada por esas huellas, a veces de felicidad, otras de desazón, pero todas conforman lo que soy, lo que me contextualiza, lo que me ubica en el mundo”.
Entonces me remonté a lo que el arzobispo de La Plata, monseñor Víctor M. Fernández dijera en la celebración del 25 de mayo en la catedral. No es una novedad que de esta predicación poco y nada se ha informado en nuestros medios.
“Un gran desafío de la política es lograr consensos pero en torno a los últimos de la sociedad, lograr consensos, ¿para qué? Sobre todo, en primer lugar, para levantar a los caídos, para dar una vida digna a los descarados. Ese es el gran consenso y, quizás, el único realmente posible porque hay diferencias ideológicas, diferencias de visión, distintos proyectos de país y las estrategias paran lograrlo. Pero no se puede pensar en un país olvidándose de los pobres y, por eso, es siempre posible un acuerdo para proveerlos a ellos”…”el día que sea posible ese acuerdo tendremos un país libre”…”el problema es que no hay libertad sin verdadera fraternidad y sin una efectiva igualdad que no significa igualar a todos por lo bajo sino que todos puedan vivir con dignidad y tengan la posibilidad de ganarse el pan con su trabajo. Solo cuando eso se vuelva realidad una nación es verdaderamente libre y auténticamente democrática. Por eso, cuando cantamos “oid el ruido de rotas cadenas” no estamos cantando una realidad uno un deseo, un sueño”.
El arzobispo resumió el discurso de Martin Luther King sobre el sueño” de igualdad entre negros y blancos: “aunque aquí no exista ese problema hay un disimulado sentimiento racista, entre los que llamamos “Los negros”.
El papel de la Iglesia
Ante estas valientes reflexiones me pregunto cuál es el papel de la Iglesia y tropiezo con declaraciones del nuevo arzobispo de Tarragona, nombrado por el papa Francisco, que no deja de sorprendernos porque el elegido, Joan Planellas, era un párroco y además profesor de teología en la facultad de teología de Cataluña, zona que vive una profunda crisis. No deja de llamar la atención entre este y el arzobispo de La Plata que fue rector de la U.C.A.
Dice, al ser nombrado, “Jesús le dice a Pedro hasta tres veces “apacienta mis ovejas” y San Agustín señala que le pide algo más: “sufre por mis ovejas”. En primer lugar manifestar nuestro profundo amor por el país. La Iglesia se pone al servicio de la gente porque sentimos la urgencia de anunciar el Evangelio, el tesoro más grande que tiene”… “seré el arzobispo de todos los tarraconenses, quiero serlo, de los que piensan de una manera o de otra, imploro poder serlo”…”tenemos que proponer una Iglesia en salida con humildad y sencillez y desde la pobreza de la bienaventuranzas”…”el obispo es en principio el maestro autorizado pero ¿de qué?: de lo que la Iglesia vive, de lo que el santo fiel pueblo de Dios vive en su fe. Por eso, el papa insiste tanto en el “sensus fidelium” que no parece convencer a mucho. El aplica solo el Concilio y, desde el Concilio, el Evangelio”.