
“La obra de la redención humana y de la perfecta glorificación de Dios, que fue preparada en los hechos obrados en el pueblo de Israel se cumple por el Señor Jesús, especialmente por medio del Misterio Pascual de su Pasión, Muerte, Resurrección y Ascensión. Este misterio, por el cual muriendo ha destruido nuestra muerte y nos ha dado la vida, ha hecho brotar de Cristo muriendo en la cruz, el admirable misterio de la Iglesia”.
Son palabras del Concilio Vaticano II que nos muestran la importancia de la Pascua, Durante los cuarenta días de la Cuaresma los cristianos la hemos ido preparando.
Imitando a Cristo en el desierto, el Miércoles de Ceniza la liturgia nos hace entender mejor el sentido da la existencia y nos invita a recogernos en la oración, a ordenar los desvíos en el camino del seguimiento del Señor y a darnos cuenta de lo que es el ejercicio de la misericordia sobre la cual versará el último examen que rendiremos en el juicio final.
La semana santa
San Agustín enseñaba que la Pasión del Señor nos muestra la vida actual en lo que hace a la fatiga, la tribulación y la perspectiva ineludible de la muerte mientras que Resurrección es el anuncio de la vida que nos será dada.
Por eso se ha llamado a esta semana, Mayor o Santa. La iniciamos el Domingo de Ramos que es una fiesta con el equinoccio de primavera en el hemisferio norte y que, entra tantas cosas, fue como la clave que inspiró a Pablo VI lo que serían las Jornadas mundiales de la juventud.
Después van pasando los días de la semana impregnados de lo que los evangelios y la tradición han elaborado sobre lo que hizo Jesús antes de llegar al jueves Santo donde proclamó el amor hasta el fin a través de los signos de la Eucaristía y al Sacerdocio y del signo impresionante del lavado de los pies a los discípulos, Al día siguiente la liturgia nos hará estremecer con el sacerdote postrado ante el altar para que, después, veamos a la Iglesia a la que nada de lo humano le es ajeno. La lectura de la Pasión escrita por el apóstol que compartió aquella tarde y que hacia llorar a fray Luis de León, más elocuente que la más inspirada de las homilías. Será a las tres la tarde, hora en la que el mundo entero se siente abordado por que llega a la expresión más grande, la entrega. Las comunidades cristianas después de haber pasado para besar la cruz y depositar en ella las cruces de la vida y las de la historia, salen a las calles de los pueblos y ciudades para revivir el camino de la cruz que se actualiza, según decía Pascal, hasta el fin del mundo.
De las tinieblas a la luz
El sábado marca el tiempo de la espera y en el protagoniza los sentimientos la figura de la Virgen de la Espera que la transforma en Esperanza.
Pero la Viglia Pascual, a la que los Padres de la Iglesia llamaban “la madre y la maestra de todas las vigilias”, para honrar a Cristo Resucitado. El cirio pascual que presidirá la vida de las comunidades hasta la otra Pascua, la de Pentecostés, nos precede, nos acompaña y nos sigue como arrojando chispas de su luz para que se iluminen las oscuridades, las de cada uno pero también las de los tiempos que vivimos.
Después de los cuarentas días del desierto vienen los cincuenta de la luz.
San Atanasio llama a la Pascua, “el gran domingo”. Las comunidades se saludaban de muchas maneras que reflejaban el gozo inmenso de la vida nueva en Jesús Resucitado.
Uno le decía al otro “Cristo han resucitado” y se contestaban “y se apareció a Simón” es decir a Pedro.
En esta pascua, en este gran Domingo podemos hacer nuestras las palabras con las cuales los obispos argentinos saludaban al papa Francisco con motivo del sexto aniversario de su elección. Con toda sinceridad le decían: “frente a la audacia de sus sueños y deseos, muchas veces nos quedamos cortos, sencillamente porque nos cuesta seguirle el paso”…”imaginamos el gozo que experimentó cuando decidió la canonización del cura Brochero, la beatificación de Mamá Antula y la de los mártires riojanos”.
Llas hacemos nuestras para que esta Pascua nos ayude a vivir el gran domingo, más allá de tosas nuestras cuaresmas.