Presbitero Hugo Walter Segovia
Decía el papa Francisco al comenzar el Sínodo de los obispos, el 3 de octubre, que esa asamblea no puede reducirse a la publicación de un documento “que pocos leen y muchos critican”. Una importante advertencia avalada también por la propuesta que les hacía a los Padres sinodales de hacer tres minutos de silencio, después de determinadas ponencias para poder “digerirlas” mejor y para no perder la capacidad de escuchar.
Se trata de 267 obispos acompañados de 23 expertos y 49 auditores laicos de los cuales 34 son jóvenes (entre los cuales 2 argentinos) que deliberaran sobre los 1.800 millones de jóvenes, entre 16 y 29 años, del mundo.
Imposible no registrar la emoción del papa al saludar a los obispos chinos que, por primera vez, participaban de un Sínodo a la luz del acuerdo que conocimos el mes pasado. El sueño de una Iglesia unida iba tomando color en la medida que ella, como Madre que es, se va haciendo “china con los chinos”. Imaginábamos también los sentimientos de los obispos argentinos que, por primera vez, representan allí a sus hermanos. Mas, tratándose de obispos de cercana promoción (también ello, signo de una Iglesia en estado de renovación): Carlos Tissera, de Quilmes; Dante Braida, auxiliar de Mendoza y Ricardo Seirutti, auxiliar de Córdoba mas el nombrado por el papa, Eduardo García de San Justo.
Obispo Entre Los Obispos
A propósito del cincuentenario del establecimiento del Sínodo, el papa Francisco decía: “el papa no está por encima de la Iglesia sino dentro de ella como bautizado entre los bautizados y, dentro del Colegio episcopal, como obispo entre los obispos, llamado, a la vez, como sucesor del apóstol Pedro, a guiar la Iglesia de Roma que preside en el amor a todas las Iglesias”.
Se tenía-y se tiene-una visión unipersonal del pontificado. Ya el papa Juan Pablo II, en su encíclica “Ut unum sint”, se hacía cargo de lo difícil que era articular la misión papal con la de los obispos, ofreciendo su disposición a renunciar a todo lo que, de su parte, era un obstáculo.
Es notable la preocupación del papa en este sentido. Convocó a dos sínodos sobre el apremiante problema de la familia y, para ello, una previa consulta al pueblo de Dios como lo ha hecho ahora con el tema de la problemática juvenil.
Para ello, el 15 de septiembre, al cumplirse 53 años de la institución del Sínodo de los obispos, ha publicado una Constitución apostólica, “Episcopalia communio”, donde, después de una introducción teológica, delinea un nuevo reglamento de la asamblea sinodal que ha celebrado 27 veces (en sus tres modalidades de ordinarias, extraordinarias y especiales) y que estaba reclamando una importante reforma. Un documento muy significativo pero al cual, como destacábamos otras veces, no se le ha concedido la merecida importancia.
Constitutivamente Sinodal
Es preciso recurrir a la presentación de este documento para que entendamos este momento histórico que nos toca muy de cerca, como lo exige la preparación del Sínodo diocesano. El Concilio le da pie para manifestar que cada obispo no es solo responsable de una Iglesia particular sino que debe estar animado por “la solicitud de todas las Iglesias”.
Nos dice la Constitución que el Sínodo parte de las Iglesias locales, de la base, a través de consultas y. después de la realización de cada asamblea, vuelve a las Iglesias particulares donde las conclusiones, aprobadas por el papa, deberán ser traducidas teniendo en cuenta las necesidades concretas en este permanente proceso de inculturación.
Nos encuadra al Sínodo dentro del marco de una Iglesia que es “ constitutivamente sinodal” y nos convoca al compromiso de edificar una Iglesia sinodal reitera lo que decíamos más arriba y da aliento para que también esto tenga una repercusión ecuménica ya que, sobre todo, las Iglesia orientales, viven muy a fondo esta dimensión.
Al Sínodo en marcha –y a la esperanza que despierta el próximo de 2019 sobre la Amazonia-este documento lo vigoriza y le infunde nuevo aliento. Como lo que el papa decía, el 3 de octubre, al reiterar su exhortación a “renovar la capacidad de soñar y esperar”. Ungidos, manifestaba, en la esperanza, comenzamos un nuevo encuentro eclesial, capaz de ensanchar horizontes, dilatar el corazón y transformar aquellas estructuras que hoy nos paralizan y nos alejan de nuestros jóvenes dejándolos a la intemperie y huérfanos de una comunidad de fe que los sostenga, de un horizonte de sentido y de vida”. Y tampoco podía faltar una advertencia: “la mayoría de ustedes no pertenecen al mundo de los jóvenes, vigilen para evitar el riesgo de hablarles a partir de categorías y esquemas mentales ya superados”.
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