
Hugo Walter Segovia – Presbitero
Monseñor Claudio Celli fue presidente del entonces Consejo Pontificio para las Comunicaciones Sociales y, por otra parte, tuvo mucho que ver con el acuerdo al que el Vaticano arribó con la República Popular China.
En Venecia, donde se lleva a cabo uno de los festivales de cine más e vigentes, junto con el Pontificio Consejo de la Cultura se entrega una distinción que años atrás recibió el director argentino de cine, Daniel Burman. Es justo decir que muchas veces esa distinción llega a manos de personas no creyentes e incluso de cineastas sumamente críticos de la Iglesia.
Decía monseñor Celli al respecto: “no tenemos necesidad de que sean filmes catequéticos sino mas bien buenas películas”… “mas allá de los efectos especiales o sensacionalistas veo en muchas películas que al respecto espiritual no está separado del mundo, no es algo abstracto sino mas bien que se mezcla con las pequeñas cosas de cada día, casi escondidas como si fuera una luz sutil que la vuelve especial”… “es el momento de abrir un diálogo constructivo entre la Iglesia y el mundo del cine considerándolo un vehículo de cultura y propuesta del valores”.
No está demás tener en cuenta el trabajo de Signis (Asociación Católica Mundial para la Comunicación) cuya filial argentina cuenta con un vicepresidente marplatense, el cineasta Miguel Monforme, coautor de dos importantes historias de nuestro festival.
La búsqueda de Dios
Todo esto me lleva al tema de esta semana. No había tenido en cuenta que en 2018 se cumple el centenario de uno de los directores de cine más importante, Ingmar Bergma.
Según una encuesta de la B.B.C. A cargo de 209 críticos de 43 países sobre las mejores películas no habladas en ingles, en el sexto lugar encontramos su película “Persona”. Más aun, en la revista española “Vida nueva”, nada menos que el cardenal Gianfranco Ravasi, presidente del Pontificio Consejo de la Cultura además de notable biblista, escribió un artículo que me animó, salvadas las distancias, a hacer lo mismo aquí.
No excluyo que el pensar lo importante que fueron los primeros festivales de cine marplatenses en la difusión de su filmografía, también incidió en ello. Nacido en Upsala el 14 de julio de 1918 pertenecía a una familia sueca en la cual su padre era un rígido pastor luterano que se expresa en muchos de sus trabajos que, al decir de Ravasi conforman “una teología abrasadora impulsada por sus raíces protestantes y pietistas”. En una entrevista de 1995, después de referirse a los vacios del mundo actual lo lleva a decir: “aquí en Suecia tenemos todo, o, mejor, vivimos en la ilusión de que lo tenemos todo. Pero en medio de esta vida plena tenemos un gran vacío, la ilusión perdida de Dios, llámese como se quiera, una necesidad de seguridad intelectual que compense todas las insuficiencias de la seguridad material. Este vacio y todo lo que describió en mis filmes y creo que es una manera de hacer cine comprometido con los problemas contemporáneos e incluso en un aspecto fundamental como dar sentido espiritual o humano a una civilización de la felicidad material”.
¿Directores de cine Teólogos?
Particularmente tres de sus películas muestran esa problemática.
“El séptimo sello” habla de un caballero que retorna de las Cruzadas lleno de dudas de fe. Pierde una partida de dados con la Muerte y queda en sus manos pero tampoco ella sabrá decirle que hay detrás de ella. Ambientada en la Suecia del siglo XIV y en el marco de los frescos de las iglesias, sitúa las dudas del intelectual en contraposición de la fe de los sencillos que le produce envidia y el materialismo de los que no se preguntan.
“Detrás de un vidrio oscuro” inspirado en el famoso texto de San Pablo a los corintios muestra a un ser que espera a un Dios que no llega pero no renuncia a esperarlo.
“La de invierno” es el drama de un pastor que pasa por una crisis de fe y se siente abandonado de Dios. Notable la relación con nombre bíblicos de sus personajes como Tomas, Marta, María y Jonás.
La audacia de introducirme en una figura de estas dimensiones encuentra apoyo en el final de la columna del cardenal Ravasi con la cual termino yo también la mía: “a la par de otros como Bresson, Buñuel, Tarkovaski y hasta Woody Allen que bajo el manto ligero de la ironía y la secularidad americana conserva tantas cuestiones radicales del espíritu como las que atormentaban a Bergman, los considero, a su manera, “teólogos”.