“Aprender” Roma

En su biografía de Juan Pablo II el historiador Andrea Riccardi escribe un entrañable capitulo, “Aprender” a Roma y a Europa”. En él describe la impresión que a un joven Karol Wojtyla le causó llegar, en 1946, a estudiar allí procedente de una Polonia martirizada y hasta se dice que su magra figura y la austeridad de su equipaje llamaron la atención de sus compañeros del colegio belga donde se albergó.
Dice Riccardi:”se acerco a Roma con un gran deseo de conocer a la ciudad y a la Iglesia. Tenía 26 años, lleno de curiosidad, quería viajar y ver el mundo. Es una pasión que lo acompaño toda su vida. El rector del seminario de Cracovia le había advertido de la importancia de los estudios en Roma y, sobre todo, de la exigencia de “aprender a la misma Roma”. Roma se lo presenta como una realidad compleja donde se cruzan distintos planos de la vida. “Durante mucho tiempo el joven polaco se encuentra desorientado: no llegaba a encontrar plenamente la imagen de aquella Roma que tenía en mi mente. Poco a poco la encontré; sobre todo cuando visite las catacumbas”.
Siente que Roma lo enseña la universalidad. “En el corazón del cristianismo y a la luz de los santos también se encontraba las nacionalidades, casi prefigurado, mas allá de la guerra que tanto los había marcado, un mundo sin divisiones.

Misterio, no imperio
Muchas veces, en esta columna, hemos hablado de la importancia que ese mismo, año 1946, tuvo el mensaje de Pio XII cuando, en el Consistorio cardenalicio, dijo que “La Iglesia no es imperio sino misterio”.
Dirá después, ya papa, a los romanos: “hace dos mil años también sus antepasados aceptaron a un recién llegado. Por ello, también ustedes acogieron a otro, acogerán también a Juan Pablo II como acogieron un día a Pedro de Galilea”. En vísperas de la visita “ad limina apostolorum” que los obispos argentinos llevaran a cabo en mayo, estas imágenes puedan reflejar la importancia de la visita.
La última visita de los obispos fue en 2009. La norma de hacerlo cada cinco años (cada continente tenia establecido un año) se ha visto alterada por diversos motivos. Uno de ellos es el crecimiento numérico de los obispos. Eran 2500 en los años del Concilio y ahora son el doble.
El sentido de esta visita no se agota en lo que podría llamarse una rendición de cuentas a través de un detallado informe sobre la vida de cada diócesis. Ello sería lo adecuado si la Iglesia fuese un imperio a la manera del censo que el emperador Augusto ordenó en el comienzo de la era cristiana.
Se trata de la apostolicidad de una Iglesia a la cual el Señor mandó ir a todas las naciones, “hasta el fin del mundo”.
Los frecuentes viajes de los papas han mostrado, además, lo que podríamos llamar “el ida y vuelta” de la sinodalidad. Los papas han ido, ellos también, a concretar ese deseo de conocer, en vivo y en directo, la realidad de las Iglesias dispersas por el mundo. Caminos que los imperios no tienen en cuanto y muchas veces desechan cuando no desprecian en nombre de sus intereses.

Camino al vaticano
Ni que hablar de la originalidad de esta visita ya que era un encuentro con quienes, al menos algunos, compartieron más de 20 años (1992-2013) de vida espiscopal.
Desde su elección el papa Francisco en estos casi seis años (escribo el 10 de febrero) ha elegido 44 nuevos obispos. Además ha trasladado numerosos obispos a otras diócesis. Nosotros no encontramos palabras para agradecerle haber elegido como obispo maestro a monseñor Gabriel Mestre.
Llama la atención, ante estos nombramientos, la cantidad de obispos auxiliares la cual demuestra la intención no solo de acudir en auxilio de obispos de diócesis muy extensas o pobladas sino también de acrecentar ese sentido de la sinodalidad que se ve extendiendo en las numerosas diócesis que se encuentran realizando el camino sinodal
Mas allá de las especulaciones esta visita despertará, propias de la mentalidad predominante de imperio más que de la de misterio, es hora para que veamos la figura de nuestros pastores como lo describía un gran obispo de nuestro tiempo.:”hombre que vence las durezas con su propia dulzura, que sabe ser discreto, que sabe reírse de sí y de su fragilidad, que sabe reconocer los propios errores sin demasiadas auto justificaciones, un hombre verdadero. ¡Oren!