A través del desierto

El próximo miércoles comenzará el tiempo litúrgico de Cuaresma.
No una rutinaria tarea de preparar el camino para la celebración de la Pascua sino un entrar en el tiempo que debemos afrontar no como meros espectadores sino como fermento en la masa.
Semanas atrás, las palabras de un cineasta, Win Wenders, nos hacían tomar conciencia al hablarnos del silencio como de una especie en extinción. Al mismo tiempo veíamos que miles de jóvenes, en Madrid, participaban del Encuentro Europeo de Jóvenes de Taizé como lo hacen cada fin de año en distintas ciudades del mundo “más allá de los planes de la sociedad de consumo”. Se ha dicho que se trata de “una manera de orar profunda y llena de sentido, una escuela de espiritualidad y hondura”.
Pocos días después llegaban los ecos de la Jornada Mundial de los Jóvenes en Panamá. Pero también se nos habla de lugares de oración y de silencio como lo que ocurre en Bosé (cfr. Columna del 14 de febrero de 2013) así como Spello sobre todo el año pasado cuando se cumplió el trigésimo aniversario de la partida de su inspirador, Carlos Carretto.
El papa Francisco habla sin parar de la necesidad de “acoger, promover, integrar y proteger”. Nos recuerda lo que Pablo VI decía de la humanidad nueva que debe basarse “en la oración y la contemplación, el amor y la amistad”.

El desierto y la historia

Fito Páez, como auscultando el corazón de nuestro tiempo, cantaba: “¿Quién dijo que todo está perdido/ yo vengo a ofrecer mi corazón”.
Si bien el acento está puesto en los jóvenes el peligro de vaciamiento y pérdida de la dimensión interior nos afecta a todos. Por ello Cuaresma es también la oportunidad de buscar nuevos caminos.
Franco Mosconi, responsable de un trabajo de los monjes camaldulenses en cuanto a la experiencia del silencio nos dice que “el verdadero sabio se expresa con pocas palabras y, al mismo tiempo, su palabra es silencio en cuanto que, lo que dice proviene de su corazón, sus palabras brotan de una profunda meditación”.
De acuerdo con una tradición de mil años, y muy en contacto con otras de distintas procedencias, llega a decirnos que “solo el que desciende en profundidad a su propia soledad y ha encontrado de veras a Dios es capaz de lograr la comunión con los demás”. Y recurre nada menos que al teólogo luterano Dietrich Bonhoeffer, mártir del nazismo: “solo el que es capaz de soledad es capaz de comunión y puede contribuir a construir una comunidad”.
El Padre Mosconi destaca el valor del encuentro de los siempre numerosos que pasan días de retiro, muchos de ellos jóvenes, en la hospedería del monasterio, Allí la dialéctica “silencio-dialogo” es superada paradójicamente con “un hablar menos, hablar poco, dominar la lengua “pero no como personas carradas sino todo lo contrario. A la Luz de su experiencia afirma que los grandes fueron silenciosos y, en su silencio, maduraron.
Fecundo, entonces, el encuentro entre el desierto y la historia

Un espacio de silencio

La búsqueda de una dimensión más autentica a través del dialogo con Dios, sumergirse en su Palabra ayuda a redescubrir, en la propia historia, el papel y las responsabilidades correspondientes al plan de amor que Dios tiene sobre cada uno de sus hijos. Todos tenemos necesidad de este espacio de desierto para superar las etapas de cansancio y desaliento.
Con frecuencia escuchamos las voces lastimeras que denuncian a una juventud alejada de lo espiritual.
El problema seria, mas bien, no renunciar a nuestro patrimonio pero actualizarlo y ponerlo al alcance de nuestro tiempo y sus desafíos.
El tiempo de Cuaresma es una oportunidad. Más si lo acompañamos con el testimonio de un hombre de nuestro tiempo, Carlo Carretto.
El quiso sustituir al Dios de la misa dominical con el Dios de los siete días, dar primicia a la oración al Señor y también al abrazo con todo lo creado y al mundo que nos rodea.
Una espiritualidad viva y bien enraizada en las realidades del hombre de la calle.
Carretto, que vivió a fondo la experiencia del desierto, no rehuyó la crítica. Llegó a decir:”, qué criticable es la Iglesia y, sin embargo, cuanto las amo!”
No es la primera vez que recuerdo algo de los difíciles años 70; un joven izquierdista le dijo al Obispo Guy Riobe en un panel televisivo: “¿porqué la iglesia tiene miedo si el mundo la está esperando?”