A todo o nada

Presbitero - Hugo Walter Segovia

Como una imagen elocuente de la Iglesia, el papa Francisco, en medio del Sínodo de los obispos que deliberan sobre el acuciante problema de los jóvenes, la fe y el discernimiento de las vocaciones, ha procedido a incorporar al llamado “catalogo de los santos” a siete nuevos integrantes.

Un papa, un arzobispo, dos sacerdotes, dos religiosas y un joven laico han manifestado que no hay reformas de la Iglesia sin santos porque son ellos quienes mejor nos ayudan a renovarla en profundidad y, por otra parte, no se aferran a sus riquezas sino que las comparten, con todos y en todas las tierras, siguiendo aquella expresión de Maritain, “libre de todo menos de Cristo”, superando la ley de la oferta y la demanda y así vivir como hijos de un Dios que nos lo da todo y, a la vez, también nos pide que le demos todo.

Seguir totalmente a Jesús
De los siete nuevos santos canonizados el 14 de octubre dos son sacerdotes: el Padre Francesco Pinelli (1601-1653),italiano, fundador del Instituto de las Hermanas Adoratrices del Santísimo Sacramento y el Padre Vincenzo Romano (1751-1831) conocido por su trabajo con los marineros, también italiano.

También hay dos religiosas: María Caterina Kaspen (1820-1894), alemana, fundadora de la Congregación de las Esclavas Pobres de Jesucristo que, en gran medida, se dedico a atender a los inmigrantes alemanes. Pero nos toca más de cerca el caso de Nazaria Ignacia March Mesa (1869-1943), madrileña que paso gran parte de su vida en Bolivia donde en 1927 dio vida a la Congregación de las Misioneras Cruzadas de la Iglesia. Es considerada la primera santa boliviana y se destaca que, en la década de los 20 su empuje misionero la llevo a inspirar el primer sindicato de mujeres, así como los comedores sociales y su constante exhortación a “bajar a la calle”. Fue trasladada a nuestro país por razones de salud y murió en Buenos Aires en 1943.

Párrafo aparte merece la figura del laico Nunzio Sulpizio (1817-1836), un napolitano muy querido en su tierra y quien, en los primeros meses de su notificado, fue beatificado por Pablo VI en los últimos días de la segunda sesión del Concilio. Este joven ha llegado a ser modelo de tantos jóvenes que debieron abrirse camino en un mundo hostil por la falta de una familia y que, habiendo quedado huérfano, fue entregado a un tío que lo sometió a malos tratos que sobrellevo con admirable paciencia.

Caminos Ineludibles
Sin duda que la atención estuvo centrada en las figuras de Pablo VI (1897-1978) y monseñor Oscar Romero Galdamez(1917-1980). Del papa dijo Francisco: “atravesó nuevas fronteras y fue testigo con el anuncio y el dialogo, fue profeta de una Iglesia extrovertida, que mira a los lejanos y cuida de los pobres”. Lo llamo “timonel del Concilio Vaticano”.

La presencia de Pablo VI se hizo visible porque el papa utilizo para la celebración su mismo cáliz. También, además de lo que decíamos del beato Sulpizio, fue él quien designo obispo auxiliar de San Salvador, primero, a monseñor Romero.

De monseñor Romero dijo el papa: “dejo la seguridad del mundo incluida su propia incolumidad para entregarla según el Evangelio, Cercano a los pobres y a su gente, con el corazón magnetizado por Jesús y por los hermanos”.
Estas dos canonizaciones marcan con fuerza las opciones de la Iglesia de nuestros días. Esa Iglesia de la cual, el mismo año de la clausura del Concilio, el papa Montini escribía su pensamiento ante la muerte en un texto de sorprendente belleza. Le pedía a la Iglesia que “tuviese conciencia de su naturaleza y de su misión, de las verdaderas y profundas necesidades de la humanidad” y la exhortaba “a caminar pobre y libre, fuerte y amorosa hacia Cristo”.
La canonización de este papa reafirma lo que Juan Pablo II decía del Concilio: “la brújula para el nuevo milenio”.

Y la de monseñor Romero realza con vigor (incluso hasta el hecho de que el papa utilizara el mismo cíngulo que ceñía el alba del mártur aquel 24 de marzo de 1980) el compromiso de una Iglesia que aprende a leer el Evangelio de los labios de los pobres, “de la carne desnuda del pueblo” como afirmaba monseñor Casaldaliga.

Compromiso que está recibiendo las más sutiles críticas y la oposición orgullosa de los dueños de la verdad.
Preámbulo, además, de lo que viviremos con motivo de la beatificación de monseñor Angelelli y los mártires riojanos. Signos evidentes de un tiempo y una Iglesia que se entrega a todo o nada.