A Dios y a este país

presbitero hugo walter segovia

Este año entre sus momentos más importantes vivió la canonización de monseñor Oscar Romero obispo mártir de nuestro tiempo, acontecimiento que nos prepara para la beatificación de los mártires riojanos que tendrá lugar, en feliz coincidencia con la conmemoración de Santo Toribio de Mogrovejo.

Pero también nos dio la beatificación en Guatemala del sacerdote franciscano Tulio Maruzzo y del laico Luis Obdulio Arroyo que murieron en 1981 a causa de su compromiso social. Allí otro obispo, monseñor Juan Gerardi Coneder, fue también martirizado en 1998. Nos brinda ahora la de los mártires de Argelia de los cuales se ocupo la película “De dioses y de hombres” que nos dio tema para nuestra columna del 4 de agosto de 2011.

Se trata de un film realmente hermoso que bien podemos incluir entre las mejores de la historia del cine. Ya desde el título nos remite a lo ocurrido con la comunidad de Monte Atlas de la Orden de los Padres Cistercienses de Tibirine, en las cercanías de la ciudad de Medea en Argelia.

Allí, en 1935, se instalaron sacerdotes y hermanos y llevaron a cabo una tarea en la que se hizo carne, en medio de una población totalmente musulmana. Argelia hasta la década de los 60 era una colonia francesa y el proceso de independencia paso por momentos muy crueles en los cuales las torturas tuvieron un lugar protagónico.

Convicciones y Vacilaciones

Estos religiosos, inspirados por el ejemplo de otro misionero, Charles de Foucauld que, dedicado a la oración y al servicio a los postergados con un absoluto respeto a sus creencias y costumbres sin actitudes proselitistas. La evangelización, decía Benedicto VI no se hace por propaganda sino por atracción, Xavier Beauvois, director de la película, ha sabido cantar la dimensión del testimonio martirial de esos siete monjes asesinados en 1996 y alcanza su momento culminante en el testamento del prior, el Padre Charles, Marie Christ de Chaerge que hace ver a su muerte como camino de reconciliación.

No solo sus convicciones sino también sus vacilaciones como la inserción en el mundo de los pobres, la vida de la comunidad que en la ultima cena, con la música del lago de los cisnes de Tchaikovsky como fondo, expresa la gama de sentimientos que los embargan mientras la nieve que cae parece simbolizar por una parte la frialdad de la condición humana y, por otra, la fuerza de lo alto capaz de trascenderla. De ella había dicho monseñor Claudio Celli, presidente entonces del Pontificio Consejo para las Comunicaciones: “alcanza con mirar la producción reciente para ver que lo sagrado emerge de varias obras”

El discípulo como el maestro

El 1º de enero de 1994 el prior había escrito su impresionante testamento. Comenzaba así: “si me sucediera un día, que podría ser hoy mismo, que llegara a ser víctima del terrorismo que parece abarcar ahora a todos los extranjeros que vivimos en Argelia, yo quisiera que mi comunidad, mi Iglesia, mi familia recuerden que mi vida estaba entregada a Dios y a este país. Que ellos acepten que el único Maestro de toda vida nos podría permanecer ajeno a esta brutal partida. Que recen por mi”.

Durante muchos años fue arzobispo de Argel, monseñor León Etienne Duval, una figura emblemática de todos de esos años de hierro. Había sido noticia su actitud de respeto hacia las luchas a favor de la independencia que el gobierno, de muchas maneras aun las más violentas, había rechazado. Más cuando, en un gesto de valentía, asumió la ciudadanía argelina siendo el francés.

Participo en forma muy destacada, del Concilio Vaticano II y fue integrante de la primera promoción cardenalicia del papa Pablo VI. Coincidió su fallecimiento con el hallazgo de los monjes degollados y fue así como tuvieron lugar los funerales de todos ellos como expresión de una Iglesia pascual ya que por la cruz llegamos a la luz.

Podemos vivir este tiempo de martirio porque sabemos que la sangre de los martíes es semilla de cristianos. Un tiempo que nos compromete a ser auténticos, a revisar nuestros criterios en lo que hace a la evangelización y, por medio de estos martiras argelinos, trabajar para que no seamos progandistas sino testigos del Evangelio. “Pascua riojana: alegría de la Iglesia” nos han dicho nuestros obispos porque la beatificación de estos grandes hombres (Angelelli, Murias, Longeville y Pedernera) se convierte en una Pascua para la Iglesia argentina”.