Que todos seamos uno

Padre Hugo Segovia
Por Padre Hugo Segovia.

Padre Hugo segovia

En el ocaso de 2019 y en las vísperas de la Fiesta de la Familia de Nazaret, vivimos el conmovedor momento de la consagración episcopal de nuestro obispo auxiliar, monseñor Darío Rubén Quintana.

En la primera oportunidad que tuvo de encuentro con los medios se había referido a esta diócesis como “muy querida y que conozco” y también a su familia, “muy presente siempre en mi ministerio”. Hablaba de su madre, de su hermano mayor y sus sobrinas que viven en Mar del Plata.

El 28 de diciembre recordábamos todo ello y, más aun, veíamos en su escudo episcopal, imágenes relacionadas con sus padres: la cruz de la Victoria asturiana y la vieira jacobea gallega.

Con él, incorporado plenamente a la vida de la diócesis, comenzamos un nuevo año, éste, que tendrá una particular connotación mariana: María, Madre del pueblo y esperanza nuestra. Pero un año que en el cual se conmemorará el centenario del nacimiento de San Juan Pablo II y también el del cardenal Pironio, a quién, en la columna del 14 de noviembre, veíamos relacionado con su figura.

Nos preguntábamos, además, si no será el año de la beatificación de Fray Mamerto Esquiú que vivió a fondo su maternidad episcopal a la par de su filiación ciudadana capaz de iluminar, desde el Evangelio, a la Constitución Nacional pues también en el escudo del auxiliar encontramos los colores azul y plata como para significar su amor por la patria.

Donde la iglesia nos diga
La consagración nos brindó una imagen de la Iglesia misionera pues, siendo su consagrante un obispo, fueron consagrantes el obispo prelado emérito de Maraje, en Brasil, que pertenece a la Orden de los Agustinos Recoletos y monseñor Antonio Marino, obispo emérito de Mar del Plata.


La impronta misionera dejó así su huella ya que, al mismo tiempo de la elección de monseñor Quintana, el papa Francisco elegía a otro miembro de la Orden como pastor de una nueva prelatura en Brasil, fruto del Sínodo para la Amazonía: el español Jesús María López Mauleon que era consagrado el 29 de diciembre, sin olvidar que otro miembro de la Orden, monseñor Carlos María Domínguez, había sido consagrado auxiliar de San Juan el 29 de junio. Así llegan a 21, en distintos lugares del mundo, los obispos agustinos recoletos.

El prior general de la Orden Fray Miguel Miré, con emotivas palabras, al comenzar la celebración le había “entregado a la iglesia diocesana “pidiéndonos que lo ayudesemos a llevar a cabo su misión en Mar del Plata donde la Orden está presente en la hermosa parroquia de Nuestra Señora de Fátima donde también encontramos el Colegio San Agustín como viva presencia evangelizadora.

La unidad y la audacia
En una hermosa tarde, mientras las calles de la ciudad se iban coloreando con la llegada de muchos turistas, la catedral exhibía sus mejores galas para la consagración del nuevo obispo.

Además de los consagrantes, 18 miembros del episcopado participaron destacándose la presencia del Cardenal Mario A. Poli, arzobispo de Buenos Aires y alrededor de 100 sacerdotes, venidos de distintos lugares.

Monseñor Mestre, en su espléndida homilía, definió al obispo como hombre de fe y sucesor de los apóstoles así como, utilizando la expresión del beato Angelelli, el Pelado con un oído en el Evangelio y otro en el pueblo. Engarzó el lema del nuevo obispo, “Que sean uno” con el del Sínodo diocesano, “En la audacia del Espíritu” y trazó un panorama de la situación de la diócesis a la cual llega Monseñor Quintana para “vivir la concordancia de la mente y el corazón con el obispo diocesano” tal como escuchábamos en la bula del Papa Francisco.

El lema del consagrado está tomado de la oración sacerdotal que recoge el Evangelio de San Juan, “que sea uno en El”, una unidad como la que existe entre el Padre y el Hijo, don divino pero tarea permanente de la Iglesia. San Agustín, en cuya escuela ha vivido y crecido monseñor Quintana, está también aquí presente en su escudo, en la escena que muestra al gran doctor dialogando con el niño a orillas del mar. Como éste que le recuerda la profundidad del misterio de Dios.

Volviendo a las palabras del prior de la Orden nos hacemos cargo, también como nos los reclama Monseñor Mestre , del pedido de ayuda para él y, con el soliloquio de San Agustín, pedimos al Señor que “solo conoce el camino, que se lo enseñe, que se lo muestre y que le dé la fuerza para el viaje”.