Dios padre de todos

Padre Hugo Segovia
Por Padre Hugo Segovia.

Padre Hugo Segovia

“Ver a Dios en el rostro del otro, tan pobre, tan desnudo, tan frágil” decía Emanuel Levinas haciéndose eco, además, de aquel Dostoievski que había dicho: “todos somos culpables de todo y de todos ante todos y yo más que los otros”.

Ahora el papa Francisco nos ha pedido que lo veamos porque llamo a toda la humanidad en sintonía con el Comité de la fraternidad humana a elevar las mentes y los corazones a Dios, “cada uno como sabe y como puede”, azotados por la pandemia.

Llamada que también se puede extender a aquellos que buscan a Dios con sincero corazón como dice una de las plegarias eucarísticas.
A todos nos hermana este flagelo y nos ayuda, a la vez, a descubrir nuestra condición de hijos y de hermanos, tantas veces discutida.

“Unidos como hermanos y humanos”, decía el Papa quien también ha remarcado que no unos contra otros porque no están en juego ni las nacionalidades, ni las razas ni las religiones. Si, la dignidad del hombre ante tantas otras pandemias que lo atormentan y ante las cuales muchas veces cerramos las puertas de los corazones y de las casas, devotos como somos de una globalización egoísta.

No han faltado tampoco acusaciones de sincretismo de algunos encerrados en sí mismo que parecen ignorar lo que Jesús les dejo como herencia a los apóstoles cuando los hombres y a todos y a todos los pueblos a predicar la buena noticia.

LO BUENO Y LO BELLO
Venís a la mente el disgusto de quienes aquel 12 de junio de 1982, cuando Juan Pablo II, en Palermo, transmitió a los jóvenes argentinos el saludo de los jóvenes ingleses con los que había estado días antes. Les recordaba la canción de las celebraciones donde se pide formar “una cadena más fuerte que el odio y que la muerte”. También, a veces, se hace evidente aquello de que “cuando el sabio señala al Cielo los necios se fijan en el dedo”.

También, en esos mismos días, se ha estado celebrando el quinto aniversario de la publicación de la encíclica “Laudato sí” que el Papa firmo el 24 de mayo de 2015, en la fiesta de la Pascua de Pentecostés.

Una providencial coincidencia por la implicancia que se hace cada vez más acuciante como dice en la reciente exhortación “Querida Amazonia”, su autor: “la escucha del clamor de la tierra y el grito de los pobres y de los pueblos con los que caminamos nos llama a una verdadera conversión integral con una vida simple y sobria”.

Palabras estas que perfilan, con mucho vigor, el talante que la situación por lo que estamos transitando, nos está exigiendo asumir.
Adhiriendo, desde aquí, nos da esperanza recordar que en la traducción del hebreo y del arameo al griego, tres siglos ante del cristianismo, la llamada Septuaginta, se lee en el primer relato de la creación (Gen. 1,25): “vio que aquello era bueno”. En el griego clásico “kalos” significa, en primer lugar, “bello” y en una segunda aceptación “bueno” pero para los judíos de la dispersión, sobre todos los de la cuenca mediterráneo, significados en sentido estricto “buenas obras” y tenía como transfondo la limosna y la caridad. Pero para nosotros, creados “a imagen y semejanza de Dios”, no está de más entender que la creación es un quehacer bello y bueno”.

UNA CONVERSION INTEGRAL
Frente a la tentación permanente, agravada por la pandemia, de pensar que lo oscuro y perverso es lo que prima, es preciso afirmar la belleza de la creación pero que nos haga sentir muy vivamente aquello que decía el abate Pierre: “estamos ocupados en esconder la minería sin preocuparse por que no haya más miseria. Es necesario apuntalar el amor para combatir la miseria y la injusticia”.

No podemos dejar de referirnos a la escasa, por no decir nula, difusión que estas actitudes que convocar a toda la humanidad han tenido entre nosotros. Aunque estamos acostumbrados a esta marginación; ni siquiera el sufrimiento de una humanidad expectante está padeciendo, logra que, en lugar del dedo de la mano que señala el cielo, nos quedemos mirando a la mano.

Así como al comenzar recurríamos a Levinas, él también nos deja de pie para terminar estas reflexiones: “el yo tiene siempre una responsabilidad mayor que los otros y su relación con el otro solo puede expresarse en la bondad, la justicia y el amor”.