Ayer, hoy y siempre: “Soriano, compartir el pan”

Padre Hugo Segovia
Por Padre Hugo Segovia.

Aquella tarde de enero de 2015 cuando bajaba del escenario del teatro Colón de Mar del Plata adonde había tenido la ocasión de saludar a una figura tan entrañable de nuestro teatro como Carlos Rottemberg el abrazo que me dio Pepe Soriano fue como la fuente que me hizo decirle, emocionado: loro calabrés.

Era para mí como abrazar a quien, a través de ese personaje, era como la síntesis de toda una vida, la del artista y en la de la persona.

En él estaban como sintetizados esos largos años que ahora, han llegado a su fin pero, a la vez, irán iluminado nuestros caminos.

En ellos nos encontramos con momentos trascendentales de nuestro cine y de nuestro teatro, de nuestra televisión todos ellos colmados de esa presencia que se convierte en historia presente ya que había que recurrir a ellos cuando quedamos “construir un edificio inmenso de mil y diez mil vigas, que abrigue a los pobres letrados del mundo, adonde todos vivan alegres, que sea sólido como una roca, que la lluvia y el viento lo puedan lastimar” así como decía un poeta chino cantaba cuando el viento y la tormenta se llevaron el techo de su casa y lo dejaron a la intemperie”.

Sin caer en actitudes apocalípticas nuestros tiempos nos llevan a veces a caer en el pesimismo cuando el esplendor de la verdad y la belleza de la caridad parecieran separarse en lugar de dialogar con ha pedido el papa Francisco no solo porque el arte es como una vela que nos hace ir adelante sino porque los generadores de belleza no pueden dejar las cosas como están.

ETAPAS DE UN CAMINAR

Pepe Soriano aparece en tantas oportunidades como tuve durante los 94 años de su vida, de entrever la luz, la belleza que salva.

Aquella imagen de “La Patagonia rebelde” en la que él despide a los que han sido condenados a muerte tiene el valor de una despedida sacramental como aquella otra de “Las venganzas de Beto Sánchez” que nos lleva a denunciar la hipocresía de una cultura sin remanecías sociales y avanzando lo que en “Juan Lamaglia y señora” y más crudamente en “El ayudante” nos quiere enseñar sobre una sociedad injusta.

Sin algunas de las imágenes que van surgiendo en el momento de enterarnos de su partida aunque hay infinidad de ellas que van surgiendo y que lo hacen parecerse a ese “humilde operario en la viña del Señor” como se definía el papa Benedicto XVI el día de su elección.

La parábola que fue “La nona” de la mano de su creador se va sumando aunque no es exagerado decir que todo en él es auto lógico hasta llegar a ese memorable anciano afectado por Alzheimer de “El padre”.

Aunque en distintos momentos dos de sus interpretaciones brotan de esta rápida rendición, una es la que Juan Carlos Gené le dio al interpretar, en forma original, al poeta Fijman en “Rito de advierto” en Tv alrededor de los años previos al exilio no solo suyo sino de toda una cultura.

EN LA MISMA MESA

Basándose en la experiencia de ese gran poeta, también tan olvidado, Gené mostraba la lucha de ese hombre por hacer vida el mensaje cristiano que en esos años estaba también viviendo con dificultades la reforma conciliar.

Para esa Navidad se había programado esta miniserie que conmovía al presentar la figura de ese poeta que buscaba la coherencia entre el Evangelio y la vida lo que le ocasionó también a él innumerables dolores.

De esa experiencia no puedo olvidar la escena en que, adelantándose a los tiempos, Gené mostraba el rito del saludo de paz que la reforma conciliar había prescripto y el rechazo de un Federico Luppi que no estaba de acuerdo al saludo que Soriano hacía a la comunidad repitiendo a cada uno de los participantes el saludo de esa paz que era mucho más que un rito frio.

Ese Soriano había personificado en España a Francisco Franco en una demostración cabal de su capacidad de desdoblarse ya que no hay nada de semejante con la persona y la vida de Soriano.

Como para finalizar esta recordación cordial y agradecida recurro a lo que nos daba en cada representación de “El loro calabrés” que pasó por todo el país cuando nos hacía compartir el pan que es todo lo que había hecho y nos enseñaba a hacer a lo largo de su vida y que nos invitaba a no perder, aun en medio de las angustias y las luchas personales y comunitarias, el sentido de que compañeros son los que participan de la misma mesa y del mismo pan.