Han pasado 6 años desde aquel 18 de julio de 2017 en que nos sorprendió la notoria de la elección de monseñor Gabriel Mestre como obispo de Mar del Plata. Muy temprano, de acuerdo con el horario de Roma, la noticia se difundió con inusitada rapidez. Si bien ya estábamos acostumbrados a las sorpresas del Papa Francisco, ésta nos sacudió con fuerza.
No era nada extraño, por un lado, que la figura del elegido para ser nuestro séptimo obispo fuera la suya, porque ya lo veíamos como alguien que no tardaría en ser elevado a la dignidad episcopal.
Pero sí nos colmaba de alegría y gratitud que fuera uno de nosotros, como decíamos entonces, quien seguiría siendo de nosotros y ahora de una manera sacramental como es el episcopado.
Dios nos ama sin límites en Jesucristo y hace visible nuestra plenitud abriendo nuestro corazón a los demás.
Era también el comienzo de un caminar por nuestro mundo lleno de desierto pero abierto a la esperanza y a la fidelidad al Dios que nos llama a no perder la libertad desde el Evangelio en dimensión profética para ser semillas y fermenta de la Palabra, “agujón y caricia” en la realidad, como cantamos.
Y así lo experimentamos durante esos días previos a la ordenación episcopal del 26 de agosto que fue la expresión gozosa de la comunidad marplatense unida a la de toda la diócesis cuyos caminos iban a ser permanente compañía del obispo en su incansable recorrido.
LA HUELLA DEL PASTOR
Surgían unos versos de Raúl González Tuñón: “para que un día nos queden unos cuantos recueros: decir, estuve, con tal pasión, en tal recodo”.
Como enseña el papa Francisco “unas veces marcando el camino que indica el pueblo; otras en el corto para que ellos sean los que acompañan y ayudan a discernir, todos en la Iglesia aportando y trabajando colegialmente.
Esos camino podrán contarnos las veces que él los recorrió pero no solo pasando por ellos sino dejándolos marcados por su estilo que tiene como característica esencial construir cercanía. Sin duda que ellos podrán hablarnos de él que no dejó ningún espacio sin visitar, ningún dolor sin intentar remedios, ninguna inquietud sin apropiarse de ella en una comunión de esfuerzos e iniciativa tendientes a la concreción de las esperanzas de las comunidades, muy consciente que la teología no es hablar de Dios solamente sino de las cosas de este mundo desde Dios como enseña Santo Tomás.
Estaba preparando lo que sería mi sexta rendición de cuentas del año del obispo como lo hice desde el primer año cuando nos llegó la noticia de su promoción al arzobispo de La Plata.
Como no teníamos dudas de que sería elegido obispo también corría entre nosotros ahora la certeza de que sería nombrado arzobispo de La Plata al quedar vacante por la promoción del monseñor Víctor M. Fernández como prefecto del dicasterio de la Doctrino, de la Fé.
EN CLAVE PASCUAL
La noticia llegada el 28 de Julio, produjo en nosotros y en la comunidad local un doble sentimiento de alegría por todo lo que significa de reconocimiento a su persona y a través de él, a toda la Iglesia de dios que peregrina en Mar del Plata pero a la vez de tristeza porque aunque aceptamos la voluntad de Dios a través del magisterio de la Iglesia, no podemos ocultar la dosis de tristeza que lleva consigo y saber que si las despedidas son necesarias para los reencuentros y seguramente que los amigos siempre se encontrarán.
Pero además nos queda el trabajo incesante de estos años y aunque nos cueste sintetizar queremos que palabras suyas nos queden como legado.
No es fácil elegirlas aunque encontramos por un lado palabras suyas en el Congreso mundial de pastoral del turismo celebrado en Santiago de Compostela donde habló de los cuatros elementos (acogida, servicio, comunidad y anuncio) del fenómeno del turismo donde el nombre de Mar del Plata, a través suyo, adquirió presencia universal.
Y, aunque cueste elegir, tomamos como consigna lo que nos pedía en la última vigilia pascual: “empapados por Jesús, empapados de Jesús, en clase de Pascua celebramos estar llenos de Jesús para llenarnos de vida, dejemos que Jesús nos moje con su misterio y nos empape de sí mismo porque solo así podremos dar testimonio de Jesús que el agua de nuestro bautismo nos permita estar empapados de Jesús para derramarnos en el mundo”