Ayer, hoy y siempre: “Cristo es nuestro futuro”

Padre Hugo Segovia
Por Padre Hugo Segovia.

En cada uno de los innumerables viajes del papa Francisco no falta nunca el encuentro que tiene con los obispos de las respectivas naciones. Cada uno de ellos merece especial atención y seguramente son parte importante de una antología de textos que van marcando el ritmo de la Iglesia en los diversos países.

Tres días estuvo en Budapest durante el mes de abril y en ellos, como siempre sucede, afrontó la problemática propia del país que, en este caso, limita con la Ucrania sometida desde hace un año y medio a una guerra que no deja nunca de estar presente no solo en sus discursos sino en tantos gestos de cercanía y asistencia. La “martirizada Ucrania” está presente continuamente presente en sus intervenciones.

En su encuentro con los obispos húngaros al saludo que el presidente del episcopado de dirigió haciendo mención a la búsqueda del modo de buscar una respuesta a los desafíos que debe afrontar, el papa les dejó con firmeza que “es preciso dirigir la mirada a Cristo que es nuestro futuro”.

Lo hizo explotándolos a defenderse del mundo pero sin encerrarse en los confortables y tranquilos oasis religiosos”. Al mismo tiempo cuidándose de dejarse empujar por los vientos cambiantes de la mundanidad”.

Son dos tentaciones que se relacionan tanto “con derrotismo catastrofista como con el conformismo mundano”.

La mirada al Evangelio cambia nuestros ojos como para entrar en nuestro tiempo con actitud de acogida pero también con sentido profético. A ello lo llama Francisco “una acogida profética”

NO CERRAR LAS PUERTAS

“Dirigir entonces nuestra mirada a Cristo que es nuestro futuro”. Allí encontraremos el sentido de nuestra presencia en medio de un mundo muchas veces caído y escéptico porque son tantas las doctrinas que se han ido sucediendo a lo largo de los tiempos y el pesimismo ha encontrado tierra propicia.

Pensemos en ese país que pasó después de la guerra por la experiencia de una doctrina totalmente alejada del sentido cristiano y no solo debió amoldarse a los criterios oficiales para poder subsistir.

No se puede ignorar lo relacionado con el cardenal Mindszenty primero usada 1946, confinado era la embajada norteamericana de Hungría después del levantamiento de 1956 y después de toda la larga y accidentada experiencia de la diplomacia vaticana en los años del cardenal Casaroli, artífice de la ostpolitik y la intervención del cardenal König, arzobispo de la vecina Viena tuvo un alivio en su subsistencia que, de todos modos, no le dio a la Iglesia la libertad que le permitiera ejercer su misión sin sobresaltos.

Los hechos de 1984 fueron sí un ahora pero los casi cincuenta años de dominación ideológica, no pasaron sin dejar huella y la Iglesia debió adecuarse en a la crucifican te misión de ser fiel a su esencia y a la vez escuchar y asumir las voces de los hombres.

Por eso son tan significantes las palabras que el Papa dirigió al episcopado húngaro en el que se destaca la figura del arzobispo de Esztergom-Budapest, el cardenal Erdo muy promocionado en 2013 cuando se produjo el Cónclave del cual salió elegido el cardenal Bergoglio como papa Francisco.

CUNAS, NO TUMBAS

Hablábamos de una antología de los discursos del papa a los obispos y podemos deleitarnos con palabras, en este caso, dirigidas a toda la Iglesia en Budapest en la misa de clausura de esta su segunda visita a Hungría justamente en el domingo IV de Pascua, en la jornada del Buen Pastor.

Entonces decía: “la catolicidad es esto: todos nosotros, cristianos, llamados por nuestro nombre por el Buen Pastor, estamos invitados a acoger y difundir su amor, hacer que su redil sea incluir y nunca excluyente… todos estuvimos llamados a cultivar relaciones de fraternidad y colaboración sin olvidarnos entre nosotros, sin considerar nuestra comunidad como un ambiente reservado… hace daño ver puertas cerradas, hace daño ver puertas cerradas las de nuestro egoísmo hacia quien camino con nosotros cada día, las de nuestra individualismo en una sociedad que corre el riesgo de atrofiarse en la soledad, las de nuestra indiferencia ante quien está sumido en el sufrimiento y la pobreza, las cerradas al extranjero, al que es diferente, al migrante, al pobre”.

 Hermosas las palabras finales de esa homilía dirigidas a la Virgen, reina de los húngaros: “tú eres la Reina de la paz, infunde en el corazón de los hombres y los responsables de las naciones el deseo de construir la paz, dar a las generaciones un futuro de esperanza, no de guerra, llevo de cunas y no de tumbas, de hermanos y no de muros”.