Ayer, Hoy y Siempre

Padre Hugo Segovia
Por Padre Hugo Segovia.

PADRE HUGO SEGOVIA

Tiempo para orar

El tiempo de cuaresma, que va desplegando su riqueza a medida que pasan los días, nos da la oportunidad de dar solidez a nuestro espíritu de oración.
¡Cuántas imágenes en este mundo complejo nos muestra a hombres y mujeres orando! Y, lamentablemente también a muchos que no oran porque consideran que no vale la pena, que está pasando de moda, que lo importante es estar presentes en la realidad de nuestra vida.
Sin embargo manda a mostrarnos a algún visitante la capilla del lugar donde vemos a muchos que nos hacen revivir lo que encontramos en el Evangelio: los apóstoles lo ven orar a Jesús y quieren imitarlo.
Hay, además, modelos de oración en aquel complicado mundo del pueblo de Israel y entonces le piden al Señor: “enseñamos a orar”
Es la oportunidad que tiene él de enseñarnos la oración por excelencia, el Padre nuestro en la que constan pocas palabras sin embargo está todo lo que podemos decir sobre la oración.
Pero que rica es la historia de la oración de este pueblo que camina por los senderos de la historia.
Podemos aprovechar el tiempo cuaresmal para internarnos, aunque sea brevemente por algunos de esos caminos y repetir nosotros no solo a Jesús sino a muchos de los que han dejado su oración y han ido dando consistencia a ese camino, el de la oración.

La sed de los corazones

Hace poco más de dos meses el Papa Francisco publicó un documento con motivo del cuarto centenario de la muerte de San Francisco de Sales, maestro de muchos a través de sus libros y de sus obras.
Por ejemplo la costumbre de comenzar el día orando le da al santo inspiración: “nada limpia mejor nuestra inteligencia de sus tinieblas y nuestro corazón de sus torcidas inclinaciones como la oración. Da el espíritu la luz de Dios y a la voluntad la fuerza de los cielos. La oración es un rocío de bendición que cada día alimenta las plantas de nuestras buenas intenciones y propósitos para que verdeen y florezcan.
La oración de la mañana es como un lavado del alma de sus imperfecciones, apaga el fuego de las pasiones ya sacia la noble sed de nuestro corazón”.
Santo Tomás de Aquino en una hermosa oración pide el don de la fidelidad: “hazme, Señor humilde, alegre sin indiferencias, serio sin dureza, activo sin ligereza, sincero sin doblez. Que espere en ti sin medida, que edifique a mi prójimo con la palabra y el ejemplo, que sea obediente sin resistir y paciente sin murmurar. Dame un corazón vigilante para no apartarme de ti, un corazón fuerte, al que las tribulaciones no logren vencer, un corazón libre al que no domine ninguna pasión, un corazón recto que no tome el mal camino. Concédeme, Dios rico en amor, inteligencia para que te reconozca, ardor para buscarte, sabiduría para encontrarte, uso del tiempo que te agrade, confianza para esperar en ti son alegría, seguridad para abrazarte en la meta”.

La vida plena y verdadera

Seguramente que alguno de los que tengan la amabilidad de leer estas páginas podría muy bien repetir una oración escrita por San Agustín y que grandes pensadores han repetido y recreado.
Dice así: “tarde te amé, hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé.
Tú estabas adentro y yo estaba afuera y allí te buscaba.
Yo, privado de tu hermosura iba a parar a las cosas hermosas que tú creaste.
Tú estabas conmigo y yo no estaba contigo.
Me retenías lejos de ti aquellas cosas que no hubieran existido si no existieran en ti.
Llamaste y gritaste, quebrantaste mi sordera, brillaste, alumbraste y acabaste con mi ceguera, exhalaste tu perfume y respiré y estoy anhelándote, gusté y tengo hambre y tengo sed, me tocaste y ardí ansiando tu paz.
Pero solo cuando esté unido a ti con todo mi ser, solo entonces acabará todo dolor y fatiga y mi vida llena por completo de ti será vida plena y verdadera. A quien tú llenas lo enriqueces pero yo, que aún no estoy lleno de ti soy un peso para mí mismo. Señor, ten piedad de mí”.
Son solo algunas muestras del rico mundo de la oración y nos mueve algo que dijo San Juan Crisóstomo para terminar: “la oración es la fuente primera de la salvación, un tesoro inacabable, una defensa inconmovible, temible para los malos espíritus”.