
Pascual E. Carcavallo nació en Italia en 1880. Siendo muy joven y cumpliendo tareas de secretario se unió a la Compañía de Jerónimo Podestá, por entonces al frente del Teatro Nacional.
Eso ocurrió desde los comienzos del siglo XX hasta 1910. Cuando Podestá no pudo sostener más la sala, Carcavallo lo compró y se mantuvo en funciones como director-empresario, hasta 1933. “Carca”, como lo llamaban afectuosamente los amigos, fue un productor con gran olfato comercial y respetuoso seguidor del gusto popular. A su vez, fue el responsable del acceso a la ansiada calle Corrientes de muchos autores locales, hasta entonces marginados.
En esa sala organizó un clásico que la convirtió en “La catedral del género chico”: el concurso de obras nacionales. Al primero, en 1911, se presentaron más de 300 aspirantes. El público acudía al teatro a verlas y votaba en un gran pizarrón ubicado en el hall de entrada, votos que se sumaban a los de un jurado de notables. La ganadora fue Los escrushantes, de Alberto Vacarezza, al que continuaron autores como Armando Discépolo, Enrique García Velloso, Carlos María Pacheco, Nemesio Trejo, Florencio Sánchez y otros nombres relevantes. El carácter popular de sus obras no era visto con buenos ojos por la clase oligarca local, a pesar de lo cual, hasta 1933, El Nacional sólo presentó obras de autores argentinos.
Serios problemas económicos obligaron a Carcavallo a alejarse de la sala de sus grandes éxitos, pero su pasión por el teatro lo determinó a regresar al ruedo y lo hizo apoyado por su gran amigo Marcelo T. de Alvear. “Carca” deseaba el predio contiguo al Teatro Astral para construir otra sala, aunque una ordenanza municipal prohibía ceder terrenos a particulares que no pudieran afrontar una inversión menor de 700.000 pesos con un fin específico. La construcción del futuro teatro demandaba 900.000. Sin embargo, aunque el empresario no contaba con ese dinero, tenía las influencias políticas y sociales suficientes como para obtenerlo. Muchos de sus amigos de esos ámbitos fueron sus garantes para que, finalmente en 1939, la municipalidad le entregara por 25 años el terreno comprendido entre los números 1647 y 1659, en concesión otorgada por el intendente municipal Dr. Mariano de Vedia y Mitre.
Las obras dirigidas por el arquitecto Horacio Echepareborda y por el ingeniero Guillermo White se iniciaron durante la intendencia del Dr. Arturo Goyeneche y se terminaron en marzo de 1942. Al mes siguiente, el 22 de abril, el intendente Dr. Carlos Pueyrredón inauguró la sala, haciendo entrega de ella a Carcavallo. El nuevo teatro fue inaugurado con el nombre de Presidente Alvear, en homenaje al ex mandatario, fallecido casi exactamente un mes antes (el 23 de marzo). La apertura, que se constituyó en un gran acontecimiento cultural, se efectivizó con la obra Eclipse de sol, de Enrique García Velloso.
Tiempo después, el 26 de julio de 1948, fallecía Pascual E. Carcavallo, uno de los grandes precursores del teatro argentino: impulsor del sainete nacional, empresario, productor, director y el más férreo defensor de los derechos de los autores nacionales.
Algunos años más tarde, el 21 de mayo de 1951, las autoridades comunales -mientras actuaba en la sala la Compañía Luis Arata con Así es la vida, de Arnaldo Malfatti y Nicolás de las Llanderas- decidieron cancelar la concesión aduciendo que al haber muerto el concesionario titular los herederos no tenían derecho a ella. Tras el fallecimiento de Enrique Santos Discépolo, el 23 de diciembre de 1951, también se resolvió cambiar el nombre del teatro, sustituyéndolo por el del autor de Cambalache. Acota al respecto el historiador Tito Livio Foppa: “Discépolo era merecedor, sin duda, de homenajes de admiración y de cariño, pero bien pudieron tributárseles sin recurrir a sustituciones.
Caídas las autoridades gubernamentales por efectos de la Revolución de septiembre de 1955, los concesionarios volvieron a entrar en posesión del teatro el 4 de abril de 1956, rebautizándolo con su primitivo nombre: Presidente Alvear. La inauguración de la nueva temporada tuvo lugar en agosto de 1956, con la Compañía que dirigía Armando Discépolo, estrenándose la obra de Miguel Bebán El carguero de las seis, protagonizada por Carlos Estrada, Nelly Meden, Bernardo Perrone, Ignacio Quirós, Juan Carlos Galván y Tino Pascali, entre otros”. En diciembre de 1973 el gobierno democrático vigente, por ordenanza Nº 28.720 impuso nuevamente el nombre del genial Discépolo a esa sala y más tarde -el 5 de abril de 1978-, Osvaldo Cacciatore, intendente de facto de la Ciudad de Buenos Aires, derogó aquella ordenanza y volvió a darle al teatro el nombre Presidente Alvear. Varios años después, más exactamente el 24 de agosto de 2001, comenzó a circular un mail, enviado por la NAC & POP (Red Nacional y Popular de Noticias), que se iniciaba aclarando que propugnaba que la sala teatral de Av. Corrientes 1659, Bs. As., volviera a denominarse
Enrique Santos Discépolo´, argumentando que en diciembre de 1973 el gobierno había impuesto el nombre del notable poeta, actor y dramaturgo a ese teatro y que, más tarde, Cacciatore había derogado aquella ordenanza.
El mismo mail continuaba afirmando que “… para reparar este latrocinio el legislador porteño Eduardo Valdés presentó en la Legislatura de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires un proyecto para restituir el nombre de Discépolo a dicha sala”. El correo electrónico cerraba con “Si quiere realizar una contribución a la distribución de noticias, datos, mensajes, artículos o reuniones, congresos, actos y espectáculos, envíe un mensaje a: [email protected]”.
Aceptando esa invitación, quien esto suscribe, dirigió un mail a la dirección señalada, expresando textualmente: “Antes que nada quiero dejar establecido que me parecería de estricta justicia que una sala porteña lleve el nombre del autor de Uno´ y
Martirio´, por citar sólo dos joyas de su autoría. Lo que no me parece tan justo es que para eso se le quite el nombre de Marcelo T. de Alvear, figura de importante gravitación político-cultural en el país sobre la que, quizás, sería bueno recordar algunos aspectos.
Alvear acompañó a Leandro Alem cuando éste fundó la Unión Cívica Radical; fue miembro del gobierno provisional de la Prov. de Bs. As. en 1893; embajador en Francia; delegado a la primera asamblea de la Sociedad de Naciones y presidente constitucional de la República de 1922 a 1928.
En 1907 se casó con la cantante de ópera Regina Pacini y aquel matrimonio sufrió el desprecio de una sociedad argentina que se opuso a que el destino de uno de sus hijos dilectos se desarrollara al lado de una ‘prima donna’. Similar desafío enfrentó el Gral. Juan Domingo Perón años después, al casarse con la actriz Eva Duarte.
Finalizada la presidencia de Alvear en 1928, Hipólito Yrigoyen volvió al poder pero sólo por tres años, hasta el 6 de septiembre de 1930, en que fue derrocado por el golpe militar encabezado por el General José Félix Uriburu.
Posteriormente, hacia 1932, en el transcurso de la llamada `década infame´, también Alvear supo -como tantos otros- lo que era la persecución y la cárcel (padeció prisión en la isla Martín García).
Volviendo a Regina, con el apoyo de su marido -quien cedió el terreno y las partidas de dinero- se abocó a la realización de una perdurable obra: la Casa del Teatro, benemérita institución porteña que da refugio y protección a las figuras del espectáculo que lo necesiten.
El 16 de febrero de 1928, en un gran predio de la Av. Santa Fe, fue colocada la piedra fundamental de la Casa del Teatro, en un acto que contó con la presencia de trabajadores teatrales, autoridades nacionales, diplomáticos y delegaciones extranjeras. Alvear estaba dando algo más que el puntapié inicial a la noble institución: estaba reivindicando socialmente a la gente de teatro, discriminada hasta no mucho tiempo atrás, cuando, por ejemplo, se le negaba el descanso en el campo santo.
Siguiendo con Alvear y su vinculación con la cultura, habría que hablar aquí que durante su presidencia se creó el Conservatorio Nacional de Música y Arte Escénico, con un anexo adonde se dictaban clases de danzas clásicas que fue el origen de la Escuela Nacional de Danzas (1924); salió al aire Radio Municipal, primera emisora pública de la Argentina (1927), sin olvidar que fue justamente el citado mandatario, quien tuvo una decisiva participación en la compra del Teatro Cervantes por parte del Banco de la Nación, pasando así a ser el primer -y hasta ahora único- Teatro Nacional de la Argentina (1926).Y habría que hablar de Pascual Carcavallo, responsable del acceso a la calle Corrientes de los hasta entonces marginados autores e intérpretes locales nutriendo con ellos la escena, en un período rico y pleno de convocatoria popular.
Problemas económicos obligaron a Carcavallo a alejarse de la sala de sus grandes éxitos. Tiempo después, en un solar fiscal y con el apoyo de Alvear -siempre al lado de la gente de teatro- inauguró en la calle Corrientes, entre Rodríguez Peña y Montevideo, la sala que hoy lleva el nombre del ex presidente. La muerte de Alvear y la apertura del teatro coincidieron en un mismo año, 1942, y eso motivó a ‘Carca’ para darle ese nombre.
Lo que aquí detallo, que puede ser ratificado por variado material y además por testigos presenciales, prueba en realidad que en 1951 y en 1973, a ese teatro se le quitó el nombre de Alvear para ponerle el de Discépolo.
Y no que a esa sala se le quitó el nombre de Discepolín para ponerle el de Alvear. Como destruir errores equivale a construir verdades y esto nos viene muy bien a los argentinos, dejémoslo en claro definitivamente, para no seguir arrastrando una inexactitud que sólo nos va a llevar a una desgastante controversia.
Ahora, si se pretende homenajear a Enrique Santos Discépolo con la imposición de su nombre a una sala teatral, esa sería una moción que seguramente merecerá el apoyo de todos los que valoramos al hombrecito de físico esmirriado, aunque con una dimensión inconmensurable de talento. Pero para brindar tributo a un argentino encumbrado no es necesario desestimar a otro, también de gran significación. ¿Por qué el signo de la antinomia siempre presente en los argentinos? ¿Acaso no se podría proponer que otras salas municipales, que las hay sin llevar el nombre de ningún ilustre, lleven el de Discépolo?”.
El mail en cuestión concluía: “Sres. de NAC & POP: construyamos y honremos.
No destruyamos ni enfrentemos. La historia y la cultura popular y nacional estarán agradecidas”.
Este correo electrónico nunca fue respondido y la iniciativa de volver a quitar el nombre de Marcelo T. de Alvear no prosperó esta vez.
Ahora se anuncia para el próximo mes de julio la reapertura del Teatro Presidente Alvear, cerrado por espacio de nueve años a raíz de una remodelación que demoró esa inexplicable y exagerada porción de tiempo.
Quizás no sean vanas entonces estas palabras que intentan dilucidar el “qué pasó y cómo fue” de una de las salas más emblemáticas de la Argentina, para evitar así ser arrastrados en los remolinos de las confusiones. Un teatro que nació, nada más y nada menos, que de la conjunción imbatible de un fervor y de un sueño.
Mario Gallina, mayo de 2023
BIBLIOGRAFÍA CONSULTADA
Diccionario teatral del Río de la Plata, de Tito Livio Foppa, Bs. As., Argentores, Ediciones del Carro de Tespis, 1961.
Los teatros históricos de la ciudad de Buenos Aires 1783-1930, de Cora Roca, Bs. As., EUDEBA, 2021.
“Sesenta años sin Pascual Carcavallo”. Diario La Nación (Bs. As.), 27 de julio de 2008.
Archivo personal del Sr. Carlos Manso.
Archivo personal del Sr. Mario Gallina.
AGRADECIMIENTOS
Susana Arenz, Mario Martín, Lilia Hernández.
Laura Mogliani. Archivo Documental I.N.E.T. (Instituto Nacional de Estudios de Teatro).