
Irónicamente, una importante publicación alemana decía, en vísperas del Concilio Vaticano II: “¿Qué podrán decir al mundo 2500 eunucos reunidos en el Vaticano?”.
Ahora son 190 las personas que el papa Francisco ha convocado para sumergirlos en un tema doloroso que no se limita al abismo de la pedofilia porque, según palabras suyas, toca a “la conversión de nuestras mentes, de nuestra forma de orar, de administrar el podery el dinero, de vivir la autoridad”.
Casi como preludio a esta Cuaresma se trata de La “metanoia”, la conversión que debe ser tarea permanente de la Iglesia.
Sin duda que 116 obispos ocupen el lugar preferencial de esta cumbre. Ellos,, presidentes de las Conferencias episcopales dispersas por el mundo (36 de África, 34 de Europa; 24 de América; 18 de Asia y 3 de Oceanía) son obispos elegidos por sus hermanos de cada país y asumen así la representación ya no de2500 sino de 5000 sucesores de los apóstoles.
No se trata de una manifestación de fuerza ni de una expresión triunfalista de poder. En cierto sentido todo lo contrario pues vienen a cumplimentar unas instancias penitenciales, abrumados por la responsabilidad, dispuestos a reparar el mal causado. Pero sí una catequesis como decía el arzobispo de Chicago, Blase Cupich, junto con el cardenal Oswald Gracias, arzobispo de Bombay, de monseñor Charles Scicluna, arzobispo de Malta y el jesuita Hans Zollner responsables del Comité organizativo del Encuentro.
Hacernos cargo de las heridas
Los medios de comunicación han hecho mucho hincapié en recalcar que los abusos del clero han provocado la peor crisis de credibilidad que ha sufrido la Iglesia.
Somos todos conscientes de ello. Pero de todas maneras, nos llaman la atención palabras que el arzobispo de Bombay dijera en esta ocasión: “ningún obispo pueda decir que este problema no le concierene porque las cosas son diferentes en su parte del mundo (esta Cumbre ha mostrado la enorme variedad de culturas y costumbres que se dan en el seno multiforme de la Iglesia y es muy oportuno que lo tengamos en cuenta para liberarnos de una mentalidad uniformista). Cada uno de nosotros es responsable de toda la Iglesia y juntos tenemos la responsabilidad y obligación de rendir cuentas”. Es el lenguaje que el papa Francisco utilizaba en su impresionante Carta al Pueblo de Dios del mes de agosto que era como la versión para este tiempo y para este problema de lo que el apóstol Pablo le enseñaba a los cristianos de Corinto. Necesidad también, como destacaba el cardenal alemán Marx, de no caer en el vicio de “hablar mucho y no traducir en la práctica”. Esta Cumbre bien podría ser vista como una puesta en pantalla de lo que la tradición de la Iglesia han enseñado siempre sobre lo que se necesita para hacer una buena confesión de los pecados.
La necesaria conversión
Se ha hablado mucho de la desilusión de algunos sobre los resultados de esta Cumbre. Pero no se ha puesto el mismo énfasis en mostrar la importancia que esta valiente decisión del papa Francisco ha significado para la vida de la Iglesia.
El arzobispo de Brisbane, en una Australia azotada por este vendaval, decía en la homilía de la misa que cerró el encuentro (detalle significativo el hecho de que el papa delegara a un obispo de la predicación en un momento tan decisivo de la vida de la Iglesia ) decía: “solamente una revolución copernicana nos ayudará a ver que las heridas de aquellos que fueron abusados son nuestras heridas, que su destino es el nuestro, que no son nuestros enemigos sino huesos de nuestros huesos, carne de nuestra carne. Ellos son nosotros y nosotros somos ellos. Es necesario que descubramos que las personas abusadas no giran alrededor de la Iglesia sino que la Iglesia es la que gira en torno a ellos. Podremos comenzar a ver con los ojos de ellos y escuchar con sus oídos; una vez hecho esto, el mundo y la Iglesia comenzarán a tener otro aspecto. Esta es la conversión necesaria, la verdadera revolución y la gran gracia que pueda abrir a la Iglesia hacia una nueva temporada de misión”